EL PAYASO INFELIZ
Como cada mañana antes de
la función, desempolvo el viejo maletín de colores. Me esmero en delinear una
enorme sonrisa de color rojo sobre mi boca, la trazo cuidadosamente, no puede
haber ningún fallo, pues su cometido es transmitir esa alegría que todas las
pequeñas mentes infantiles esperan con ilusión y expectación durante el espectáculo
que yo mismo creo para su disfrute. Dos estrellas en los ojos, unas cejas
arqueadas y una nariz globulosa forman junto a la falsa sonrisa mi cara de
payaso feliz.
Después de mi
representación de torpeza y payasadas, miles de aplausos resuenan en el
escenario circular arropados por las lonas de colores que lo envuelven. Me gusta
hacer felices a los niños y también a los no tan pequeños, pues en el fondo
todos guardamos en algún lugar remoto de nuestro corazón, esa diminuta fracción
de niñez de cuando éramos unos críos.
Seguidamente entro en mi
improvisado camerino y cierro la puerta tras de mí, respiro hondo, pues termino
el tiempo de fingir ser alguien que no soy, ese es mi trabajo. Me observo
frente al espejo desconchado, haciendo una pausa, mientras enjabono enérgicamente
mi cara. El semblante ahora arroja la verdad detrás del maquillaje que lo
aderezaba y la oscuridad de mi interior brota de manera incontenible junto a un
torrente de emociones reprimidas. ¡Bienvenido a la cruda realidad payaso!
¿Pensáis que todas las
sonrisas son de felicidad? ¿los payasos se encuentran verdaderamente en el
circo?
Detrás de las sonrisas más
bonitas y espectaculares, al igual que la del payaso, se esconden los mayores
abismos de oscuridad y tristeza, pero ¿por qué no intentar ser feliz, aunque
sea con una máscara puesta?
Nunca juzguéis por lo que
creéis ver, a veces no todo es lo que parece. Es mi humilde opinión de payaso infeliz.
Reto en el que participo esta semana. Escribir un relato de 300 palabras a partir de #retolaoscuridad.

