UN
MUNDO DE FANTASÍA
Las atardecidas de enero
poseen el sutil aroma característico de la tristeza impregnado en sus entrañas.
Caminar a solas en estos días, me hace experimentar un sentimiento de conexión con
mi ser más profundo y esa fragancia aflora inevitablemente en mí, invadiéndome
por completo.
Paseo por las calles desiertas
lentamente. Las farolas borrosas por la niebla que cubre la ciudad me recuerdan
a aquellos gigantes que Cervantes recreaba en el Quijote. La plaza sin
Dulcinea, los abrazos sin calor, los llantos ahogados, las palabras atoradas
son reflejos de la cruda realidad que me rodea.
Me detengo frente al ventanal
y me siento en el escalón donde vuelvo cuando quiero encontrarle. Cierro los
ojos fuertemente y me acurruco contra mi cuerpo estremecido por el gélido
viento, y es ahí donde imagino su mueca al encontrarnos, su carcajada sonora
enredada entre mi pelo y sus ojos color azabache clavándose en mi rostro
jubiloso al tenerle junto a mí. Y fantaseo con ese café que nunca nos tomamos,
con esa tarde que nunca compartimos, con los chocolates tan amargos que nunca
nos regalamos, con su caricia sigilosa, con ese “espérame” que nunca
pronunciamos, con ese teléfono que nunca sonó.
Mientras regreso a casa
intento comprender y aceptar el sentido de todo en mi cabeza, contemplando como
los sueños que recree, se escapan con cada remolino de viento que se forma a mi
alrededor.
Prometí que nunca volvería a
derramar una lágrima por nada que no estuviese en mis manos, y es por eso que
contengo el llanto en los ojos y vierto las palabras en el papel, como un
regurgitar del alma para aliviarme.
Esta noche volveré a soñarle
inalcanzable, tan cerca pero tan lejos, y volveré a ser feliz al tenerle por
fin entre mis brazos.
“Le adoro” es lo único que
creo firmemente, aunque a veces todo sea producto, de un mundo de fantasía.

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