APRENDIZ
DE PSICÓPATA
¿Y si hablamos como lo
hacíamos antes? ¿Recuerdas aquella calurosa tarde de julio?
-Te espero a las siete en el
banco, no creo que aguantes el paseo- me retaste durante toda la tarde y yo
acepte la desafiante proposición sin dudarlo.
Salí a toda prisa de casa - ¡mierda
se me olvido el agua¡- exclamé, eran las siete y dos minutos, odiaba llegar
tarde.
Allí estabas esperando junto
al banco, podrías haber avisado que sería una caminata de dos horas a cuarenta
grados a la sombra y que tú tampoco llevarías suministro, al menos resguardabas
la cabeza bajo una gorra roja y la camiseta de color naranja que te hacía
parecer una clementina se veía fresquita.
Charlamos y reímos hasta que
la vista empezó a nublárseme por la falta de líquido, te recuerdo diciéndome en
tono gracioso que me caería a la cuneta del camino. Yo solo alcanzaba a ver
como las olivas me engullían cuan monstruos hambrientos y a lo lejos escuchaba como
la sirena de la ambulancia resonaba en mi imaginación ¡vaya cuadro, el sincope
era inminente!
Aún sumida en mi delirio, pude
observar las figuras de un grupo de señoras que hacían su recorrido rutinario y
como si de un milagro se tratase, avisté a duras penas, como una de ellas
sostenía en sus manos una botella de agua semicongelada. Entiendo que vio mi
cara de sofoco porque me ofreció un trago y la vida volvió a mí de repente. A
lo lejos se divisaba una panorámica espectacular del pueblo que anunciaba el
fin de la atropellada ruta rural.
“La tarde en que quisiste
matarme por primera vez” fue solo un espejismo de la realidad que se avecinaba,
aunque siento comunicarte que sigo más viva que nunca a pesar de tus ataques.
¡No subestimes mi fuerza!




