EL ÚLTIMO DÍA DE MI VIDA
El aroma del café recién hecho
anunciaba el nacimiento de un nuevo amanecer. Las calles de la ciudad, vestían
con un manto de nubes blanquecinas que apenas dejaban dibujar las figuras de
los escasos transeúntes que las habitaban.
Me levanté temprano dejando
tras de mí la cama alborotada un día más de tantos, pues quería aprovechar ese
plazo de veinticuatro horas que me restaban, para cumplir todos mis más
profundos deseos antes de partir.
Me tomé el tiempo necesario
para disfrutar de una agradable ducha bien caliente, utilizando mi gel favorito
de aroma a coco en una proporción bastante generosa. Cerré los ojos mientras el
agua a una temperatura casi volcánica, recorría mi cuerpo desnudo proporcionándome
el bienestar necesario para comenzar aquello que terminaba.
Para empezar bien el día y
tras el café “mañanero” para no entrar mucho en detalles, tomaría con mi
familia y amigos un desayuno de churros con chocolate bien caliente en la
terraza del Café Mercantil bajo el gustoso calorcito de una de sus estufas de
llamas chisporroteantes. La tertulia y las risas aseguradas nos conducirían en
un suspiro hasta la hora del ángelus.
El ángelus para los de mi
entorno y para mí siempre ha sido sagrado y se toma a partir de las doce. En
este caso siempre contamos con la compañía de una buena rubia y como yo elegía
en este día, invitamos a la celebración a “Estrella Galicia” ¡esta buenísima cuando
se recubre de esa escarcha que la hace irresistible! Bien fría, al contrario
que la ducha.
- ¡Camarero otra ronda!
Y ponte de tapa ochío de Baeza con morcilla de caldera de la Sierra de Cazorla-
Básicamente porque en
el infierno no creía poder disfrutar de lo que para mí es uno de los mejores
manjares para el paladar. No soy muy exquisita como podéis comprobar, pero sobre
gustos no hay nada escrito, así que ese día nos saltaríamos la dieta a la
torera, sin remordimientos.
- ¡Que rule otra ronda
de purillos Don Julián, que la ocasión lo merece! -
Aquello se nos empezaba a ir de las manos,
literalmente.
El café lo omitiríamos
ya que llegados a este punto el reloj marcaba las siete de la tarde y el gibao
(llamado así en mi pueblo) nos estaba esperando (Gin Tonic en la capital) ahí
sí que ya se lio el lío, así que como dijo Maira Gómez Kemp “hasta aquí puedo
leer” o más bien escribir.
Llegué a casa exhausta,
con dolor en la tripa de tanto reír, no sin antes despedirme de la cuadrilla
bailando la última canción de la noche, y como con chocolate empezó esté día
con el chocolatero llegó a su término.
- ¡Paquito… eh! -
¿Y si disfrutamos cada
uno de nuestros días como si fuese el último? Por suerte o por desgracia nunca
sabremos cuando de verdad llegue ese momento, así que aprovechemos cada
instante, disfrutemos de cada risa, abracemos fuerte, seamos intensos, o como
nos dé la gana, pero seamos felices a diario.
¡Salud!
A la pregunta propuesta ¿Qué harías el último día de tu vida? Contestar sin límite de palabras.


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