LOS
TRENES DE LA VIDA
A través de la ventana de
aquel mágico tren de los sueños partí del lugar donde había vivido años
realmente felices, atraída por el mágico hechizo que me producía aquella
aventura incierta, sin destino concreto. La figura de la pequeña casita a la
que llamaba hogar emplazada en la verde pradera, se alejaba lentamente de mi
campo de visión y con ella toda una vida que se quedaba atrás.
El tren pasó por mi puerta
aquella tarde cálida de septiembre y yo decidí emprender ese viaje a bordo de
aquel vagón movida por la curiosidad y mis innatas ganas de asumir riesgos ¿y
si este era el mío? ¿y si esta era mi gran oportunidad? Hay trenes que solo pasan una vez en la vida
¿por qué no tomarlo? Esta vez estaba decidida.
En ese fascinante recorrido
por intentar tocar el cielo con las manos, viví momentos de auténtica locura e
instantes inolvidables, pero también sufrí el desasosiego, la angustia y el
vacío a unos niveles que jamás había experimentado anteriormente.
Aun así, me aferré bien fuerte
a aquella descabellada aventura, como si de una montaña rusa se tratase,
mientras esta, se iba transformando sin darme cuenta, en un infierno que me
lastimaba sin apenas darme cuenta.
Después de meses de vaivenes,
el tren se detuvo en seco en la llamada “última estación” donde fui lanzada en
plena marcha y sin precedentes al fondo de un agujero oscuro que se convirtió en
mi solitario hogar durante mucho tiempo.
Los días transcurrían lentos
en aquel desapacible rincón donde pasaba la mayor parte del tiempo escondida
del mundo mientras la pena me ahogaba y fue uno de esos días en los que contaba
los minutos para que todo terminase cuando lo escuche resonar en mi mente. Era
el sonido de un tren que me anunciaba su presencia con un fuerte pitido
animándome a subir.
Casi sin aliento decidí
hacerlo, pues de alguna manera tome de las pocas fuerzas que me quedaban y cogí
ese impulso que me faltaba para asomar la cabeza por encima de aquel pozo que
poco a poco llene amargamente con mis lágrimas, hasta llegar a la superficie y alcanzar
a ver la ansiada luz. Allí estaba él esperándome.
- ¡Sube rápido no hay tiempo
que perder! - me ordenó el conductor sonriente. Se llamaba Julio.
-Yo te guiaré en el camino, ¿o
acaso tienes otra idea mejor? Me preguntó con voz serena. Asentí cabizbaja.
Durante el camino de vuelta a
casa Julio fue mi compañero, mi pañuelo para llorar, dos oídos para escuchar y
un hombro donde apoyarme, él fue el aliento que me faltaba, la inspiración, el
coraje.
Ese tren que pasó por mi
devastada vida aquel día donde todo barruntaba un trágico final, no era más que
el de la esperanza, el amor y la fe con el propósito de hacerme entender que
merecía la pena seguir luchando por los sueños y que todo era cuestión de volver
a intentarlo y ver las cosas desde otra perspectiva.
Ahora soy conocedora de que
los trenes de la vida pasan a menudo por nuestra puerta, ahora sé, que tome el
tren que decida tomar nunca debo de perder de vista lo que Julio me enseño en
ese trayecto, que es quererme y creer en mí y en mis sueños y llevar siempre la
ilusión por bandera.
Porque la vida es así de
simple, y se trata de vivir aventuras, de arriesgar para ganar y aunque a veces
perdamos en el intento, la alegría de vivir es algo que nunca debemos de dejar
atrás incluso si alguna vez acabamos en la parada equivocada, pues otro tren
nos estará esperando y traerá consigo un aprendizaje o lección importante para
nosotros.
¡Pasajeros al tren!

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