LA
IGNORANCIA ES ATREVIDA
Conocí a Tizón una cálida
noche de primavera en las reuniones gatunas que manteníamos a la luz de la luna
los mininos callejeros y domésticos del barrio. Recuerdo sus inmensos ojos
negros, con ese brillo de sal cuan mejillones chisporroteantes. Eran los más
bonitos que jamás había visto, la combinación perfecta junto a su exquisito
pelaje color gris marengo.
De carácter fuerte, era sin
lugar a dudas, el principal defensor de la colonia ante el ataque de cualquier
animal viviente que perturbase la paz de la comunidad, pues aquella zona era la
nuestra y aunque algunos comíamos albóndigas en lata junto a una mantita
caliente todos los días, nuestro instinto felino nos empujaba a revolver los
contenedores en busca de algún manjar desconocido cada noche.
Desde siempre me pareció que
Tizón escondía algún secreto detrás de esos ojos sombríos, a veces sus andares
pesarosos o sus muecas al maullar, denotaban tristeza en esta su segunda vida,
pues en la primera nos contó que fue un gato europeo que acompañaba a los piratas
como polizón en sus viajes, de ahí quizá, su espíritu aventurero, desenfadado y
luchador.
Acabamos siendo buenos amigos
y lo pasábamos fenomenal cazando ratones al atardecer, por puro vicio, pues al
atraparlos siempre le perdonábamos la vida como buenos gatos domésticos que
jugaban a ser callejeros. Era la mejor forma de desconectar de nuestra aburrida
rutina.
Pasaron los meses y así entre
risas y juegos de escondite, pude sacar a relucir esa alegría que parecía algo
perdida en él. Sonreíamos y maullábamos con todas nuestras fuerzas mientras
saltábamos como camicaces de tejado en tejado o de balcón en balcón alborotando
las macetas del vecindario para escarbarlas. Hacía varias vidas que necesitaba
un compañero así de disparatado para poder liberarme de esa etiqueta de gatita
buena que me acompañaba siempre.
Un día mi gran amigo tizón no
apareció a la hora acordada, habíamos quedado para investigar el contenido de
las cajas de la pescadería del barrio contiguo y me pareció muy extraño, él
nunca me abandonaba en nuestras andadas. Esperé impaciente y algo molesta su
llegada por más de dos horas y cuando ya había decidido volver a casa lo vi.
- ¡Que te paso! - Maúlle
expectante, mientras restregaba mi cabecita contra su lomo.
- No preguntes nada Katrina-
solo ayúdame a lamer estas heridas, pues las del corazón me las curas cada día
con tu compañía, hoy necesito solo eso.
Lamí sus heridas una por una
sin hacer preguntas, observando cómo sus ojos oscuros se tornaban más sombríos
que nunca invadidos por una enorme tristeza que me hizo estremecer y poner en punta
todo mi hermoso pelaje blanco.
Aquella tarde a la anochecida,
no volví a casa, Tizón y yo dormimos acurrucados cerca de los resquicios de una
hoguera improvisada en mitad de la nada, en un rincón oscuro. En esa fría noche estrellada, pude escuchar
como su alma lloraba en absoluto silencio al unísono de su ronronear aquejado.
Siempre ignoré que ocurrió
aquella tarde de tantas que le sucedieron, pues a veces vuelve a mi herido y mi
respuesta sigue siendo la misma, siempre le brindo mi calor y amistad, un
lametón de cariño y algún que otro zarpazo de uñas suaves para su tranquilidad.
Y es que el amor incondicional
hacia cualquier forma de ser vivo, el dar sin esperar recibir nada a cambio, es
lo más bonito que podemos ofrecer a los demás e inunda nuestras almas de paz y
tranquilidad. Aunque el mal nos aceche, el bien siempre tendrá un mejor plan
para salvarnos y ofrecernos una salida alternativa que nos haga un poquito más
felices.
Pienso que la ignorancia es
atrevida, es por eso los prejuicios que a veces se perpetran y sus devastadoras
consecuencias y he ahí, donde se comenten las mayores injusticias justificadas,
disfrazadas de grandes y tajantes verdades.
Aceptar a todos tal y como
son, es mi absoluta e inamovible decisión dentro de la colonia, pero también lo
es alejarme cuando mi instinto gatuno me advierte del inminente peligro.
Ya cae el sol detrás del
horizonte y Tizón me espera para una nueva aventura, a veces le digo que es un
auténtico loco y que algún día moriremos en el intento y él me responde con una
sonrisa perversa mientras levanta al cielo sus bigotes engalanados:
-Entonces habrá valido la pena vivir, seguro que nos encontraremos en la siguiente vida, tesoro –
-¡A sus órdenes
mi capitán! contesto chistosa.
Ahí vamos a por otra nueva
hazaña, sin miedo a fracasar en el intento ya que no importa las veces que
caigamos si no las que nos levantemos. El eco de nuestros maullidos se pueden escuchar lejanos en el silencio de la noche.

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