martes, 5 de marzo de 2024

 

LA IGNORANCIA ES ATREVIDA

 

Conocí a Tizón una cálida noche de primavera en las reuniones gatunas que manteníamos a la luz de la luna los mininos callejeros y domésticos del barrio. Recuerdo sus inmensos ojos negros, con ese brillo de sal cuan mejillones chisporroteantes. Eran los más bonitos que jamás había visto, la combinación perfecta junto a su exquisito pelaje color gris marengo.

De carácter fuerte, era sin lugar a dudas, el principal defensor de la colonia ante el ataque de cualquier animal viviente que perturbase la paz de la comunidad, pues aquella zona era la nuestra y aunque algunos comíamos albóndigas en lata junto a una mantita caliente todos los días, nuestro instinto felino nos empujaba a revolver los contenedores en busca de algún manjar desconocido cada noche.

Desde siempre me pareció que Tizón escondía algún secreto detrás de esos ojos sombríos, a veces sus andares pesarosos o sus muecas al maullar, denotaban tristeza en esta su segunda vida, pues en la primera nos contó que fue un gato europeo que acompañaba a los piratas como polizón en sus viajes, de ahí quizá, su espíritu aventurero, desenfadado y luchador.

Acabamos siendo buenos amigos y lo pasábamos fenomenal cazando ratones al atardecer, por puro vicio, pues al atraparlos siempre le perdonábamos la vida como buenos gatos domésticos que jugaban a ser callejeros. Era la mejor forma de desconectar de nuestra aburrida rutina.

Pasaron los meses y así entre risas y juegos de escondite, pude sacar a relucir esa alegría que parecía algo perdida en él. Sonreíamos y maullábamos con todas nuestras fuerzas mientras saltábamos como camicaces de tejado en tejado o de balcón en balcón alborotando las macetas del vecindario para escarbarlas. Hacía varias vidas que necesitaba un compañero así de disparatado para poder liberarme de esa etiqueta de gatita buena que me acompañaba siempre.

Un día mi gran amigo tizón no apareció a la hora acordada, habíamos quedado para investigar el contenido de las cajas de la pescadería del barrio contiguo y me pareció muy extraño, él nunca me abandonaba en nuestras andadas. Esperé impaciente y algo molesta su llegada por más de dos horas y cuando ya había decidido volver a casa lo vi.

- ¡Que te paso! - Maúlle expectante, mientras restregaba mi cabecita contra su lomo.

- No preguntes nada Katrina- solo ayúdame a lamer estas heridas, pues las del corazón me las curas cada día con tu compañía, hoy necesito solo eso.

Lamí sus heridas una por una sin hacer preguntas, observando cómo sus ojos oscuros se tornaban más sombríos que nunca invadidos por una enorme tristeza que me hizo estremecer y poner en punta todo mi hermoso pelaje blanco.

Aquella tarde a la anochecida, no volví a casa, Tizón y yo dormimos acurrucados cerca de los resquicios de una hoguera improvisada en mitad de la nada, en un rincón oscuro.  En esa fría noche estrellada, pude escuchar como su alma lloraba en absoluto silencio al unísono de su ronronear aquejado.

Siempre ignoré que ocurrió aquella tarde de tantas que le sucedieron, pues a veces vuelve a mi herido y mi respuesta sigue siendo la misma, siempre le brindo mi calor y amistad, un lametón de cariño y algún que otro zarpazo de uñas suaves para su tranquilidad.

Y es que el amor incondicional hacia cualquier forma de ser vivo, el dar sin esperar recibir nada a cambio, es lo más bonito que podemos ofrecer a los demás e inunda nuestras almas de paz y tranquilidad. Aunque el mal nos aceche, el bien siempre tendrá un mejor plan para salvarnos y ofrecernos una salida alternativa que nos haga un poquito más felices.

Pienso que la ignorancia es atrevida, es por eso los prejuicios que a veces se perpetran y sus devastadoras consecuencias y he ahí, donde se comenten las mayores injusticias justificadas, disfrazadas de grandes y tajantes verdades.

Aceptar a todos tal y como son, es mi absoluta e inamovible decisión dentro de la colonia, pero también lo es alejarme cuando mi instinto gatuno me advierte del inminente peligro.

Ya cae el sol detrás del horizonte y Tizón me espera para una nueva aventura, a veces le digo que es un auténtico loco y que algún día moriremos en el intento y él me responde con una sonrisa perversa mientras levanta al cielo sus bigotes engalanados:

-Entonces habrá valido la pena vivir, seguro que nos encontraremos en la siguiente vida, tesoro – 

-¡A sus órdenes mi capitán! contesto chistosa.

Ahí vamos a por otra nueva hazaña, sin miedo a fracasar en el intento ya que no importa las veces que caigamos si no las que nos levantemos. El eco de nuestros maullidos se pueden escuchar lejanos en el silencio de la noche.




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