DIVINO
RESPLANDOR
Como cada primero de noviembre
el campo santo silencioso y oscuro durante las largas noches del año se
convierte en algo parecido a una fiesta para mí.
Cientos de velas centelleantes
se prenden para alumbrar las almas de los que ya partieron, el olor a cera
quemada que acompaña al frío estival, hace que mi pequeño cuerpo se estremezca.
Hacía tiempo que no sentía eso, desde el último día de difuntos.
Camino despacio entre los
crisantemos y claveles que adornan tumbas y nichos portando entre mis manos una
calabaza con una pequeña vela encendida en su interior, es la mejor manera de
que en esta noche misteriosa mi resplandor pase desapercibido. Para tal fin,
también cubro parte del gélido rostro con la bufanda a rayas que mamá tejió
para mí con todo el amor del mundo.
- ¿Truco o trato? – pregunto sonriente
a la mujer que, sollozando, entona entre dientes unos rezos al lado de la
diminuta cruz de color marfil.
Como cada año ella saca del
bolsillo de su pelliza color caoba un puñado de caramelos de regaliz (mis
preferidos) y extiende en absoluto silencio sus manos suaves como la seda hacía
mí, para ofrecerme tan ansiado regalo. Me acurruco despacito en su regazo
dejando la calabaza sobre la inscripción de la fría tumba que contiene mi
nombre.
- Hicimos un trato mamá,
siempre estaré contigo – le susurro suavemente al oído. Ella estrecha los
brazos sobre su cuerpo a modo de abrazo mientras su corazón aún vivo, parece
querer salirse del pecho.
Tocará esperar otro frio
noviembre para que la álgida noche se convierta en un cálido remanso de paz,
donde dos corazones unidos por el asombroso poder del amor y de la luz se
fundan de manera mágica una vez más.
Mientras tanto búscame en tus
sueños, mami.


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