TITANIO
Y ORO
Érase una vez en un remoto
lugar, un entregado soldado conocido como el
caballero de titanio. Su carácter frío como el acero, insensible y déspota
le dotaban del poder del miedo infundado que provocaba en sus semejantes.
Cada mañana se enfundaba en
sus botas militares de cuero natural cubriendo no solo su cuerpo sino también
su corazón de hielo, con una chamberga algo roída por el paso de los años.
Jamás se conmovía ante ninguna
situación cotidiana que le aconteciera pues, ¿puede ser una persona empática si
siempre ha sido tratada bajo la más estricta dureza? Tristemente él la sufrió
desde la cuna.
Fernando, que así le llamaron
de pila, vagaba por la vida sin comprender del dolor ajeno, haciendo su trabajo
rutinario de vigilancia y confundiendo ese temor que imponía, con ser alguien
superior a los demás.
La tarde en que Fernando
caminaba de vuelta a casa por el bosque, oscurecía por momentos. Como si de un
tráiler de película fantasmagórica se tratase, las sombras que los arboles
arrojaban a su paso engullían hambrientas el estrecho sendero que parecía no
tener fin.
Un vago sollozo que procedía
de entre unos matorrales cortó como si de una navaja afilada se tratase, el
silencio casi sepulcral del ocaso. Martina le miraba asustada bajo las pestañas
más enormes que éste jamás había contemplado.
-Tengo miedo, apapáchame como
lo hacía papá- susurró la niña.
Los ojos del soldado inertes
hasta entonces, desprendieron al instante un brillo mágico de compasión y
ternura inexplicables.
Y es así y a raíz de aquella
tarde, como el caballero de titanio transformó su duro corazón en una pieza de
oro valiosa.
Y es que cuando alguien nos
acaricia con lo más profundo de su alma no hay barrera imposible de traspasar.
Que valga esta breve historia
como ejemplo.
Reto #apapachar Relato de 300 palabras a partir de lo que sugiera la palabra propuesta.
Foto tomada de la red


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