TÉ
PARA TRES
En estos tiempos de controversia en los que discuto a diario con mi mente, sigo sin comprender en qué momento morí en vida para los ojos de Laura. Aun durmiendo en mi misma cama cada anochecer, resguardados por la misma cobija que se torna fría como un tempano con su presencia, intento buscar aquellos momentos de felicidad que compartimos, cuando abrazaba mi torso desnudo y me juraba que siempre sería el hombre de su vida.
La quise con alma y corazón, soporté todo por ese amor que le tenía,
enmudecí mis sentimientos, ahogué mi pena y mi dolor hasta que un día no dio
para más. De que aún la quiero no cabe duda, pero siento que nunca fui
suficiente para ella, me lo demuestra cada día cuando mi beso escurridizo no es
suficiente para hacerla siquiera sonreír.
En este vacío al que me lanza
a diario desde hace tiempo, intento encontrar la felicidad efímera en otras
situaciones de la vida, dándome cuenta de que no solo soy yo el roto. Marta
llora en mi pecho a veces, sin saber por qué, en otras ocasiones lo hacemos
juntos y a veces, solo basta ese silencio y un abrazo en la oscuridad para
sentir que en esta ruleta rusa de las relaciones todos estamos tocados en mayor
o menor proporción por algún tipo de flecha.
Y es así como el corazón tiene
razones que la razón desconoce, y es por eso que cada día el té para tres está
servido en taza de porcelana, bien caliente como si de un ritual inglés se
tratase.
Las tazas sobre el mantel, la
lluvia derramada, un sorbo de distracción buscando descifrar una mirada, la
miel en los labios, el hielo en el corazón y el reloj que marca la hora punta
de la partida.

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