EL
ESPEJO DEL ALMA
- ¡Te veo y no te reconozco! –
exclamé.
Cuando aquel espejo reflejó en
su destellante carátula mi imagen proyectada, pude ver como ésta, emitía un
brillo apagado, tan opaco como como las tumbas centenarias de aquel antiguo
cementerio por el cuál, deambulé toda la tarde, intentando responder a miles de
preguntas que abordaban en mi mente.
Una lágrima templada nació de
mis ojos, en ese momento vacío en el que observaba mi desolado semblante.
-Mira más al fondo- desde el
interior del espejo, alguien me habló para mi sorpresa.
Entendí entonces, que era la
voz de mi alma. La que desde lo más profundo de mi ser, intentaba
desesperadamente avisarme de que a veces, para cambiar la tristeza en la que
nos sumimos en ciertos momentos, era necesario mirar más allá del simple
reflejo de nuestro cuerpo exterior.
-Todo es pasajero- mascullé de
manera involuntaria, pero con una mágica convicción. Lavé mi rostro con
abundante agua fría, purificándome de fuera hacia adentro. Respiré hondo.
-Todo tiene solución- repetía el
espejo una y otra vez.
- ¡Mírate! Volví mi rostro
hacia aquel espejo que me ordenaba sin cesar.
-Sonríe, te ves bonita- me
dijo.
Al sonreír, una paz enorme
recorrió como un rayo cada centímetro de mi piel, inundando mi alma de una paz
absoluta. Un brillo poderoso hizo presencia en aquel momento.
A veces, solo basta con tocar
fondo para escuchar y atender esa voz interior que llevamos dentro y que nos da
la fuerza necesaria para salir victoriosos de la tristeza
Espejito, espejito… ¡Sonríe!


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