FLORES
EN EL DESVÁN
Mis pequeños pies descalzos
escalaban aturdidamente cada tarde, las viejas escaleras de madera que subían al
desván de casa de la abuela. Ella siempre sonriente, me tendía una de sus encalladas
manos ofreciéndome ayuda mientras en la otra sostenía un ramillete de lilas que
desprendían un dulce olor que embriagaba el ambiente.
Tras la puerta una antigua mecedora
de madera color cerezo engalanada con un cojín de ganchillo de colorines y una
mesita pequeña con la foto del abuelo, siempre dejábamos junto a él las flores
que recogíamos en la tarde.
- Ven aquí, mi reina- me decía
cariñosa, mientras golpeaba suavemente sus rodillas invitándome a acurrucarme
en su regazo. Yo sin duda no podía resistirme a tal invitación. Mi muñeca de
trapo me acompañaba en esa hora azul que compartíamos cuando el día daba paso
livianamente a la noche estrellada, allí me dormía plácidamente, junto a su
cálido cuerpo, dando paso a los más dulces sueños jamás sospechados.
Hoy volví a subir al desván,
pero nada es como por aquel entonces. Pude ver trazada toda una vida en aquellos
trastos almacenados que acumulaban una gruesa capa de polvo parecida al
terciopelo. La vieja bicicleta de mi infancia, los disfraces que juntas confeccionábamos
cada año para el cole y la antigua mecedora donde reposaba mi muñeca. La abracé
fuerte, mientras en aquel silencio absoluto, el chirriar de las mecidas se convertían
en dulces melodías celestiales.
Un aroma a lilas irrumpió de
repente en ese dulce trance de sueño en el que me encontraba sumida, mientras
unas manos aterciopeladas acariciaban ligeramente mi brazo.
-Mari…- alguien susurró mi
nombre de manera vaporosa –duerme mi reina- murmuró seguidamente.
Cuando no puedo dormir, subo
al desván para estrecharme en el recuerdo de sus perfumados abrazos ahora angelicales,
ellos me dan la paz que necesito.

No hay comentarios:
Publicar un comentario