DETRÁS
DEL TELÓN
Fuera sigue lloviendo, los
charcos reflejan en las calles empedradas las luces de la ciudad, dotándola de
una magia especial en esta noche de invierno. Una pareja de enamorados
entrelaza sus manos juguetonamente mientras disfrutan poco a poco de un café
caliente, sonrío al observar esa ilusión que me producen. Yo sigo mi marcha
apresurada, resguardada bajo un paraguas de miles de colores, el reloj marca la
hora en punto.
El frío se hace más intenso en
ese lugar privilegiado donde podemos ser ella y yo, donde nadie puede
enjuiciarnos por querernos. No hablamos con las palabras, nuestras miradas
cruzadas entienden a la perfección ese lenguaje mudo que compartimos.
Aquel lugar improvisado, donde
nos encontramos cada tarde cuando la noche tiende su manto negro sobre la
ciudad, es tan oscuro como el firmamento de esta noche parisina de diciembre.
No es necesario que la torre Eiffel nos ilumine mientras nos juramos amor
eterno, pues nuestras manos temblorosas desnudando los cuerpos poco a poco,
emiten el brillo más hermoso jamás imaginado. El calor de nuestros besos
recorriendo al milímetro cada uno de los espacios más recónditos de nuestro
ser, es comparable a ese café caliente que no podemos tomar a la vista de los
demás.
El reloj de la plaza es el
cruel juez que marca nuestro destino, pronto dará las y media y ese lugar
volverá a su oscuridad natal, solo quedará en él, el olor de nuestra carnal
debilidad, entremezclado con miles de sentimientos atorados en las
profundidades de nuestros corazones.
En París sigue lloviendo, los
enamorados siguen realizándose promesas de amor inmortal en sus encantadoras
calles, mientras tú y yo, esperamos pacientes el siguiente ocaso, para
regocijarnos la una de la otra en esa habitación oscura de cuarzo rosa donde el
amor es el vencedor.
JE
VAIS T’AIME


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