Otro
año más, las suaves hojas son mecidas por el vaivén del viento
Tiñendo
los parques con un delicado manto de matices amarronados.
Observo
el latir de mi corazón sobreviviendo en su ultimo intento,
Ñoños
se abrazan con dulzura dos enamorados.
Olvidando
que al igual que la estación, el amor es pasajero.
Parque Leocadio Marín, otoño de 2020
Aunque no soy de versos esta semana se propuso en el grupo de escritura en el que participo semanalmente el reto #acróstico otoño y me dije ¿por qué no? OTOÑO esa estación mágica.
EL
LIMITE DEL BIEN
Había una vez dos ángeles que
mantenía una reiterada disputa sobre el bien y el mal. El ángel bueno como así
lo conocían, portaba vestimentas de un blanco inmaculado. Su cabello rubio
ensortijado adornaba el sonrojado rostro angelical de una forma naturalmente
bella que, junto con el verde de sus ojos profundos, culminaban la escultura en
la que éste se convertía. Un querubín creado por el mismísimo Miguel Ángel.
El ángel malo, por el
contrario, era de tez morena y pelo color azabache al igual que los ropajes que
portaba, de ojos oscuros tornasolados tan únicos y espectaculares como son las perlas
negras de Tahití. Su mirada intensa y penetrante, hacía enloquecer a todo el
que se atreviera a mirarle fijamente. La voz rasgada junto a una sonrisa
perversa lo convertían en el pecado perfecto para cualquier alma descarriada
que se encontrara a su paso.
- ¡Maldito hijo de satán! Con tus
enrevesadas mentiras, has conseguido llevarte más almas del purgatorio que yo
¡arrepiéntete y toma mi mano! – bramaba descontento mientras su cara enrojecía
por instantes de la furia.
- ¿Yo? Solo sé que no se nada
– contestó con serenidad, mientras peinaba su flequillo sensualmente con los
enormes dedos.
- Míralas, son felices. Almas
desencadenadas de vuestras absurdas normas que solo las hacían vivir en un
mundo de amargura, bien están así. – prosiguió argumentando con la misma calma.
- ¡Arderéis en el eterno
infierno! – maldijo, mientras escupía rabioso a la cara de éste.
El ángel bueno ordenó a todos
sus súbditos que lo siguieran y estos le acompañaron en estricto orden, como
ovejas de un rebaño bien educado.
El bien o el mal se refleja en
cómo tratamos a los demás “querubín”, pues el divino cielo o el incesante
infierno habita en nuestro interior. Lo demás es una estúpida fachada.
Reto #palagrafías ángel ¿Qué te sugiere esta imagen?
Relato de 300 palabras con el que participio semanalmente en el grupo de Facebook Escritura creativa para aficionados.
lunes, 25 de septiembre de 2023
EL
SECRETO ESCONDIDO
A veces camino por esa calle,
inmediatamente mi cuerpo se paraliza ante esa majestuosa puerta robusta de madera
color caoba, me detengo frente a ella y puedo casi escuchar los lamentos
escondidos que se encuentran en el interior del número diecisiete de la calle
Puerta. En silencio, la casa arroja una vibración oscura que eriza cada vello
de mi cuerpo, observo atónita las tejas que adornan su fachada imaginando los
secretos escondidos que alberga en su interior. No es una casa cualquiera, pues
esta aloja tras de sí, una historia escalofriante.
Una tabla de ouija en una
noche invernal desató el caos entre un grupo de adolescentes que aburridos
decidieron reunirse en aquel lugar para descubrir secretos del más allá. La
curiosidad a veces puede ser un tanto peligrosa y lo que comenzó con un juego
terminó en noches de terror, voces fantasmagóricas que los perseguían, objetos
que se movían a su alrededor y una serie de hechos inexplicables que terminaron
en tragedia.
Cuentan que los cinco amigos
murieron en circunstancias extrañas y se dice que la casa los atraía hacia el
interior. El primero de ellos se quitó la vida en ese oscuro hueco de escalera
y así seguidamente, la casa llamaba uno por uno a esos cinco chicos que terminaron
perdiendo la razón por completo.
Cuando la noche se asoma y las
farolas de la calle prenden su luz, se pueden observar las sombras escondidas
tras la vieja persiana de madera. En el silencio se escuchan los chirridos de
la antigua escalera de madera que preside la entrada y ese magnetismo al pasar
frente a ella es algo susceptible de percibir para cualquier persona
mínimamente sensible.
La casa embrujada (como así la
llaman) siempre fue una leyenda llena de misterio e incertidumbre, tanto como
el que ella transmite.
Relato de 300 palabras con el que participo en el reto semanal #elsecreto
LA
MÚSICA NO SE TOCA
La
música como terapia en niños con TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con
Hiperactividad)
Queridos lectores:
En esta ocasión y siguiendo
con la línea del anterior número, os voy a contar si me permitís y de manera
breve, una experiencia personal.
En primer lugar, os explicaré
lo que es el TDAH, una afección crónica que afecta a millones de niños y que a
menudo continúa en la edad adulta. Este incluye una combinación de problemas
persistentes, tales como dificultad para mantener la atención, hiperactividad y
comportamiento impulsivo.
Las personas con TDAH tienen
dificultad para concentrarse en tareas y controlar su atención. Este trastorno,
puede limitar las capacidades de estudiar o trabajar y puede causar estrés, ansiedad
y depresión en los que lo padecen.
Después de una dura lucha y
tras obtener un diagnóstico claro, el psicólogo me propuso apuntar a mi hijo al
conservatorio para que sociabilizara y pudiera controlar sus emociones y sus
impulsos, yo no lo dude.
Desde el momento en que la
trompeta se convirtió en su más fiel compañera comenzó una aventura maravillosa
para él y para toda la familia. Conoceríamos de primera mano la alegría que
esta práctica produciría en nosotros y como nos ayudaría a superar los
obstáculos que entorpecían nuestro camino.
Durante años mi hijo tocaba la
trompeta cada tarde y ese rato de desconexión le ayudaba a tranquilizarse y a
canalizar el estrés que le producía el día a día, algo que realmente había sido
imposible hasta el momento. Digamos que a través de sus ensayos y clases
semanales soltaba todo lo que le hacía mal dando paso a una serenidad absoluta.
Actualmente sigue haciéndolo
como un hobby y como parte de su terapia y esta práctica poderosa, sigue
apoyándole en el camino de la vida y del crecimiento personal. En este sentido,
me aventuraría a animar a que todos los niños independientemente de su
condición comprueben por si mismos el placer y la satisfacción que supone
fabricar música.
Espero que esta anécdota sirva
para que muchos niños se animen con el tema de tocar algún instrumento y por
qué no, también algún “no tan niño” al que como a mí, le llame la atención este
mágico mundo.
En último lugar me gustaría
hacer mención a la asociación a la que pertenecemos desde hace algunos años
AJADAH (Asociación Jienense de Afectados por Déficit de Atención e
Hiperactividad) situada en Linares. Si algunos de los que me leéis estáis en
una situación parecida a la que yo viví, os animaría a que contactarais con
ellos. Pues todos formamos una gran familia donde pequeños y mayores nos
ayudamos, escuchamos y apoyamos mutuamente en este camino ¡No estáis solos!
Termino haciendo mención a una
canción que el cantante Melendi compuso para la película “Como entrenar a tu
dragón” que se titula “El cielo nunca cambiara” y se la dedico en especial a
todos los niños TDAH, a todos aquellos con corazón naranja.
“Existe
todo aquello que puedas imaginar
Tan
solo tienes que creer con fuerza
Todo
lo que desees a tu vida llegará
Si
no dejas que el miedo te detenga”
Recuerda que la melodía que
baila tu vida depende de ti.
Artículo con el que colaboro en la revista trimestral " Begíjar Informa"
Septiembre de 2023
domingo, 24 de septiembre de 2023
Título:
TIEMPOS DE ESPINAS Y ROSAS
Seudónimo:
Pajarillo soñador
Begíjar,
31 de mayo de 1937
Los
primeros rayos tenues que el alba anunciaba parían con tremenda fatiga un nuevo
amanecer sobre el pueblo. Pareciera que el sol, algo tembloroso, tuviese miedo
de asomar su cálido rostro hacia la cruda realidad a la que le tocaba
enfrentarse y, pudoroso, se escondía entre los borreguitos que adornaban el
cielo aquella desagradable mañana. La noche que le había precedido había sido
bastante agitada, pues el constante y ensordecedor ruido de los aviones
sobrevolando el valle del Guadalquivir, acompañados por el sonido que producían
los impactos de granada sobre los campos cercanos convirtieron la velada en una
vigilia de oscuridad, miedo e incertidumbre total.
Me
llamo Aníbal. Nací en una lúgubre madrugada de mayo en un bonito pueblo de
casas pintadas con cal blanca, enclavado en el corazón de la provincia de Jaén,
llamado Begíjar. Nadie elige cómo, cuándo ni de qué manera aterrizar en el
mundo de los mortales al que llamamos vida. Yo lo hice entre llantos de espanto
y alguna que otra sonrisa de felicidad bajo el arrullo de una canción de cuna
algo inadecuada para un neonato.
Los
dos primeros años de mi supervivencia no fueron para nada fáciles, pues el
suministro alimenticio escaseaba y las deficientes condiciones sanitaras a las
que nos enfrentábamos no ayudaban demasiado. Nuestros cultivos se aquejaban de
la desolación y las heridas que a su paso dejaba la guerra que nos azotaba con
cruel dureza. La hambruna se hacía presente, pero mamá siempre fue una
luchadora y cada vez que en mi cara se dibujaban las huellas de ésta, ella me
arrullaba para proporcionarme calor y ofrecerme un chupetón de leche calentita.
Aunque la mayoría de las veces me quedaba con apetito, el cariño y el amor que
me transmitía hacían que la situación fuese más llevadera. Aún recuerdo sus
manos suaves acariciando mi pequeña cabeza mientras musitaba mi nana preferida
“Pajarito que cantas” y me susurraba al oído “siempre serás mi guerrero” (curiosamente
ése era mi primer apellido y Medina el que heredé de mamá, aunque todos me
llamaban “Pajarillo”).
Viví
mi infancia en el cortijo del Amor Hermoso, ya que mi madre se encargaba de
mantener limpio y ordenado aquel maravilloso lugar de paso, donde los muleros
paraban a descansar a la subida de Posadas Ricas y daban de beber agua a los
pobres animales que sedientos sumergían sus hocicos en los abrevaderos hasta
saciarse. Yo desde pequeño ayudaba a mi tío Bernardo con las ovejas en el
corralón en el que trabajaba como pastor, al lado del cementerio, y me encargaba
de la apertura y cierre de éste, además de realizar los trabajos propios de un
enterrador a pesar de mi corta edad. El tío Ber, como cariñosamente le llamábamos,
era el menor de los hermanos de mi padre y vivió la guerra muy de cerca ya que
fue reclutado para luchar en el frente cuando apenas contaba con diecinueve
años. A mí me gustaba escuchar las batallas que, con orgullo y énfasis, me
relataba cada tarde mientras los herbívoros pastaban a sus anchas por las eras.
Aquella
tarde de principios de marzo, la cálida brisa nos acariciaba el rostro con
sutileza mientras descansábamos a los pies de un olivo. Entre tanto, las ovejas
realizaban su paseo rutinario.
-
Tío, cuéntame esa historia de guerra de la que papá nunca ha querido que me
hables. Creo que ya tengo edad suficiente, ¿no crees? ¿Cómo perdiste tu mano? -no
os lo dije, pero desde que tengo uso de razón recuerdo a mi querido tío sin uno
de sus miembros superiores, aunque esa herida de guerra nunca le haya impedido
realizar con favorable éxito todos sus quehaceres.
-
Querido Pajarillo: pronto cumplirás los dieciocho años; prometí a tu padre que
no lo haría hasta que llegara ese momento, pero considero que ya estás
preparado para escucharla -me respondió para mi sorpresa, pues ya lo había
intentado fallidamente en numerosas ocasiones.
Entramos
al cementerio y, mientras caminábamos por el camposanto revisando que no
quedase nadie en el interior tío Ber, comenzó a relatarme “la historia de un
begijeño en la guerra”, algo que sin lugar a dudas cambiaría mi futuro para
siempre.
*******************
Almería, 31 de mayo de 1937 “El gran
bombardeo de Almería”
Bruno
y yo nos conocimos en el frente, pues el destino tenía para nosotros designada esa
pesada y forzosa cruz. Pese a que no eran las circunstancias más favorables
para que brotase ningún tipo de sentimiento de amistad alrededor de nosotros,
esa conexión que tuvimos desde el primer día nos hacía sentirnos un poco más
fuertes para sobrevivir a la miseria y caos que nos rodeaba.
Aquella
madrugada se presentaba tranquila: la quietud de la noche junto al manto de un cielo
estrellado que anunciaba la llegada prematura de un verano inaplazable eran
nuestra compañía durante la vigilancia nocturna.
Bruno
me hablaba constantemente de su familia y de todos los proyectos que tenía en
mente realizar junto a ellos cuanto volviera a casa en Vélez-Blanco, un bonito
pueblo de interior situado en la provincia de Almería. Me entretenían sus
historias del más allá, las cuales siempre escuchaba con el máximo respeto,
pues mi amigo, que de profesión era enterrador del pueblo, amenizaba las largas
jornadas de vigilia mientras yo le contaba de mi pueblo Begíjar, del encanto de
sus calles empedradas y mágicas, de las tardes de verano y de mis hazañas de
niño junto a los amigos, de cuando decidimos meternos a monaguillos de la
parroquia de Santiago Apóstol para bebernos el vino de la consagración sin que
el padre Orestes ni siquiera lo sospechase.
-
Es curioso Ber. Siento como si conociese tu pueblo de toda la vida; desde niño
sueño con un lugar parecido al que describes como tu hogar: un majestuoso
cortijo blanco que se alza al cielo azul como un poderoso gigante en medio de
un espeso olivar adornado por una vega repleta de campos de rubios trigales,
también con una chica de pelo color de fuego que me tararea una nana “Pajarito
que cantas” mientras me arrulla dulcemente -era lo que me repetía una y otra
vez mientras sus enormes ojos verdes se perdían pensativos en el infinito.
La
calma de aquella noche de repente se tornó ultrajada por el estrepitoso ruido
de los aviones atravesando de forma continua el firmamento presagiando que algo
estaba por suceder y devolviéndonos de manera inminente al momento presente tan
amargo que nos tocaría vivir. Las bombas empezaron a caer sobre la zona. El
caos se apoderó de nosotros mientras intentábamos resguardar a las gentes del
pueblo en los refugios subterráneos que se construyeron en la ciudad de Almería
para este fin. De repente, un artefacto cayó casi a nuestros pies despidiendo
nuestros cuerpos a varios metros de distancia. Mis oídos ensordecidos solo
alcanzaban a escuchar los gemidos de mi compañero, casi mi hermano, pidiendo
auxilio. Me quedé atrapado entre los escombros de una de las viviendas
devastadas por el ataque y el dolor que sentía en mi mano derecha era como el
de mil navajas empuñadas sobre esta. Pude arrastrarme hasta donde se encontraba
Bruno, pero sus ojos verdes ahora no brillaban de ilusión sino de resignación, la
conformidad que precedía a una partida inevitable. Lo abracé fuerte mientras mi
uniforme se teñía de color rojo con la sangre caliente que brotaba de su pecho.
-
¡Aníbal! -musito, mientras su pulso se desvanecía dando paso a una paz
absoluta.
Esas
fueron las últimas palabras que me regaló Bruno Esparteros de Haro, mi hermano
de combate.
************************
A
partir de ese momento comprendí de manera inmediata que la vivencia que el tío
Ber me contó esa tarde tenía una relación bastante estrecha conmigo por algún
motivo que desconocía. Muchas de las situaciones extrañas que me sucedían a
diario desde que nací, las pesadillas de guerra que me despertaban en las
largas noches de invierno de manera fortuita con el sonido de un enorme
estallido, el sosiego que me proporcionaba deambular por el cementerio, a pesar
de ser un lugar al que a la mayoría de la gente no le gustaba visitar, aquellos
espacios que mi mente recreaba y que describía detalladamente desde niño a mi
madre y a mí tíoahora recobraban algún sentido para mí. Lugares
que nunca conocí pero que mi subconsciente me recreaba cuando mi mente
consciente abandonaba este mundo terrenal para dar paso a un largo y reparador
sueño.
Cuando
cumplí los dieciocho años fui llamado para realizar los servicios militares en
el cuartel de reclutamiento de Almería, pero al contrario que muchos de los de
mi quinta, yo estaba emocionado con conocer aquel sitio. Imaginaba cómo sería
la inmensidad del mar y el sonido de las olas mecidas por el viento, pues los
que volvieron al pueblo después de la mili contaban que era como si en un punto
del infinito el mar Mediterráneo y el cielo azul se fusionaran en uno sólo. Durante
los dos años que permanecí realizando el servicio militar, obligado para
nosotros en aquellos años, fui el ojito derecho en el cuartel, pues aprendía
rápido, como si lo de ser soldado fuese innato en mí. En uno de los permisos
que obtuve por mi buena conducta y trabajo decidí que visitaría Vélez-Blanco y,
por supuesto, su cementerio, pues algo en mí interior me empujaba a hacerlo de
manera incontenible. Tras un día de viaje en aquel Renault 4 CV llegué por fin
a aquel pequeño pueblecito emplazado en la ladera de una montaña árida típica
de la zona, coronado en su punto más alto por el castillo de los Fajardo, el
más grande que había conocido hasta el momento, pues nunca había salido de
Begíjar hasta aquel entonces. Esa noche descansé en una posada con la intención
de visitar el camposanto al día siguiente.
Cuando
llegué al cementerio a primera hora de la mañana se podía respirar una calma
casi divina. El cielo encapotado anunciaba las lluvias previstas y tan
necesarias para el mes de abril que se aproximaba. Solo sabía el nombre del compañero
de batalla del tío Ber y no dudé en preguntar al sepulturero que rondaba entre
los pasillos repletos de cruces clavadas en la desértica tierra almeriense.
-
¡Disculpe! Estoy buscando a un amigo fallecido -le dije.
-
¡Hola, chaval! Dime su nombre y te ayudaré -me respondió sonriente.
Marcelo,
que así se llamaba, era un hombre entrado en años, con semblante risueño y cara
bonachona adornada por un hermoso y espeso bigote.
-
Bruno Espartero de Haro -le dije con orgullo, pues le tenía un cariño especial
a aquel hombre valiente al que conocía desde hace tiempo a través de mis
sueños.
-
Está en la parte antigua, junto a los fallecidos en la guerra, baja esas
escaleras y encontrarás las tumbas a la derecha -me dijo amablemente una vez
más.
Conforme
bajaba los escalones de piedra enmohecidos, mi corazón se aceleraba
desenfrenado como si quisiera escapar del pecho, pues todo para mí era
familiar. Mis sueños reveladores desde la niñez ahora se acompañaban de
sensaciones, mientras la piel erizada por la suave brisa que me acompañaba en
ese momento me confirmaba que, por algún motivo desconocido para mí, yo debía
de estar allí aquel día y en esa precisa hora. Me detuve delante de aquella cruz
de latón acompañada por una placa con una vieja inscripción emborronada por el
paso del tiempo y mi cuerpo directamente me ordenó que me inclinara ante ella,
proporcionándome a su vez una sensación de armonía absoluta. Cerré los ojos,
mientras las lágrimas calientes y descontroladas que brotaban de ellos bañaban
mi rostro gélido tímidamente.
-
¡Hola ¿Quién eres tú? ¿De qué conoces a papá? -una dulce voz femenina me hizo
salir del trance en el que me encontraba sumido.
Cuando
volví la vista hacia atrás, mis ojos pudieron contemplar a la mujer más hermosa
que estos jamás habían imaginado. Era una chica joven, más bien delgada, de
pelo largo y rubio, el cual le caía sensualmente por el hombro de una forma
delicadamente natural. Sus ojos verdes esperaban ansiosos mi respuesta.
-
Me llamo Aníbal y no conozco a tu padre. Bueno, en cierto modo, sí –titubeé.
-
Yo soy Gabriela. No conocí a mi padre pues mamá estaba embarazada cuando él
partió al frente. Vengo a visitarle cada mañana -me contestó algo triste.
Después
de un largo rato de conversación le expliqué el por qué me encontraba allí y
ella me habló largo y tendido de su familia. Salimos del cementerio y me invitó
a conocer su casa y a su madre, una señora muy agradable que amablemente me
invito a comer migas de harina, las más ricas que había saboreado en mi vida.
Volví
al cuartel tras un día fabuloso junto a una familia que ya consideraba casi
mía, renovado, con un sueño cumplido, no sin antes intercambiar la dirección
postal con Gabriela.
-
Escríbeme -le dije y me despedí de ella con dos sonoros besos en las mejillas.
Las
cartas de Gabriela eran cada vez más frecuentes. En ellas me contaba sobre su
día a día como chica de servicio en una de las casas más adineradas del pueblo.
Yo le respondía que en unos meses la llevaría conmigo a Begíjar al finalizar el
servicio militar. Y así lo hice.
Después
de recibir los santos sacramentos, Gabriela y yo unimos nuestras vidas para
siempre y vivimos un matrimonio feliz y pleno en Begíjar, en el número cinco de
la calle Esparteros. Ella ayudaba a mamá en sus labores en el cortijo del Amor
Hermoso mientras yo trabajaba como sepulturero para sustentar a la bonita
familia que pronto formamos.
¿Creéis
que todo lo que sucede durante nuestra existencia es casualidad? Desde luego,
nada en mi vida lo fue. Desde el instante en que vi la luz de esta por primera
vez, mi destino estaba unido al de Gabriela y al de Bruno. Todo tiene un por
qué, pues el murió para que yo naciera y cuidara de su pequeña. Así de
caprichosa es esa fuerza inexorable que ocurre sin un aparente por qué, así es
el destino, el que tenemos escrito cada uno de nosotros desde el primer hasta
el último día de nuestro caminar.
Me
llamo Aníbal. Nací un día de guerra en Begíjar para felicidad de mi familia
mientras en otro hogar a su vez, en un pueblecito llamado Vélez-Blanco,
lloraban la triste pérdida de su ser más querido. Solo los designios de Dios
saben porque ocurren las cosas. Mi conclusión es que todo lo malo por
inentendible o difícil que parezca en el momento, trae tras de sí algo bueno
para nosotros. Sólo es cuestión de esperar las respuestas con paciencia y
aceptación pues entender se hace imposible en algunas situaciones.
*****************************
Aníbal
y Gabriela vivieron una vida longeva y feliz, sin muchas comodidades eso sí,
pero con la certeza de que disfrutaron cada minuto de las pequeñas alegrías que
ésta les ofreció cada día, pues pienso que a veces no se necesita de mucho para
ser afortunado: es cuestión de mirar alrededor y entender que la dicha se
encuentra en el modo en el que miramos la vida y en lo básico que ésta nos
brinda.
Si
alguna vez paseáis por el cementerio de Begíjar, podéis visitar el lugar donde
sus cuerpos reposan eternamente junto a un epitafio que dice: “Si vienes a
visitarme aquí, mira al cielo y reza por mí”. Rezad
y alzad la vista al firmamento, pues algún que otro “Pajarillo” siempre los
acompaña.
Pilar Pérez Cuevas, septiembre de 2023
Relato con el que participo en el II Certamen Literario Patrocinio de Biedma, Begíjar.
martes, 19 de septiembre de 2023
EL TIC TAC DE MI RELOJ
-Para que la maquinaria
funcione bien hace falta engrasar los engranajes, apretar las tuercas minuciosamente
y unir con mimo todo el desbarajuste que este precioso reloj de cuco alberga en
su interior. La paciencia es el ingrediente secreto, solo así ese pajarito
ahora escondido, volverá a renacer de sus entrañas para dar la hora. Definitivamente
hay que volver a ponerlo en orden. – me miró fijamente tras sus gafas
empañadas, seguidamente me dio un golpecito en el hombro y me sonrió.
Salí del relojero dejando a
buen resguardo aquel preciado tesoro que heredé de mi tía abuela con la
sensación de que aquel señor de gafas redondas no solo me hablaba de mi reloj,
si no que las marcadas arrugas que adornaban su semblante estaban dotadas de
una sabiduría más profunda que intentaba transmitirme a través de su
profesionalidad, aquella tarde invernal.
Camine por las calles
empedradas del barrio antiguo de la ciudad, algunas farolas empezaban a
encenderse a la llegada inminente de la oscuridad que acarreaba la noche. Sentí
un escalofrío recorriendo mi cuerpo de arriba abajo.
Decidí caminar hasta casa a
pesar del frío que se avecinaba, quizá para intentar colocar aquel desconcierto
en el que últimamente se había convertido mi vida. Tal vez, la calma era el
ingrediente secreto para que el mecanismo de mi mente ahora confusa volviese a marchar
como antaño. Pues hacía tiempo que no escuchaba ese tic tac hipnótico que
conectaba cuerpo, mente y alma.
Apreté todas mis tuercas
aquella misteriosa noche acurrucada en mi cálida almohada, con el firme
pretexto de que nada ni nadie dejara de hacer graznar ese cuco sonoro que
albergaba en mi interior.
-Toma cariño tu reloj- me dijo
sonriente.
- ¿Qué le pasaba? – pregunté.
No estaba roto nunca lo estuvo,
solo era cuestión de acomodarlo todo con serenidad.
#palagrafías relato de 300 palabras a partir de lo que te sugiera esta imagen.
miércoles, 6 de septiembre de 2023
ATARDECIDA
DE SEPTIEMBRE
Como cada año, el día
veinticinco de septiembre a la atardecida, las enormes campanas de bronce de la
Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol repiquetean incesantes para recibir la
festividad de nuestro patrón y señor, el Santísimo Cristo de la Vera Cruz.
Todos los que hemos nacido y
crecido en Begíjar entenderemos el sentimiento que nos acompaña al ver salir
lentamente a nuestro Señor triunfante por la entrada de la parroquia, mientras
una corriente de emociones invade nuestros corazones.
La música es su fiel compañera
y, mientras observo sus pies descalzos sobre un manto blanco de perfumadas flores,
dejo que ésta penetre en mis cinco sentidos llenándome de la magia que invade
ese momento especial.
Mientras admiro su entrañable
rostro hago balance de todo lo acontecido en el año transcurrido y de las veces
que le encomendé las inquietudes que rondaron por mi mente, esperando encontrar
las respuestas adecuadas para dirigir mi vida, en ese tiempo.
“No
hay sufrimiento que no pueda soportar si tú estas a mi lado, Dios mío”
pienso con firmeza, alzando la vista esperanzada al cielo mientras los aplausos
de tus fieles vecinos me arropan culminando ese instante maravilloso.
Es mi fe, señor, la que no me
deja caer ante los inconvenientes que en esta vida se me plantean. Es la
seguridad de que tú me acompañas en cada instante. Y es el sufrimiento que tu
padeciste en la cruz por todos nosotros, el que me incita a ser mejor persona
con los demás, pues si tú lo hiciste por tus hijos, estos deberíamos de tomar
de tu ejemplo.
Derrama tu bendición sobre el
pueblo de Begíjar y sobre los corazones de sus vecinos. Esparce la paz y el
sosiego sobre los que se aquejan para que tengan consuelo, sobre los ancianos
para que sus últimos momentos sean más llevaderos, sobre los niños para que
crezcan fuertes y sanos y, en general, sobre todos los hijos de tu pueblo, para
que puedan seguir rindiéndose por muchos años como cada festividad, a tus pies.
Ser Begijeña, para mí, es un
sentimiento de pertenencia indescriptible, y volver a casa cada día veinticinco
de septiembre para contemplar el pueblo engalanado de felicidad y dicha
mientras su Cristo procesiona llenando de amor todas las calles de éste es de
las experiencias más emocionantes jamás vividas.
A todos los Begijeños que
vuelven al hogar que los vio crecer y a los que tienen la enorme suerte de
vivir allí les deseo de todo corazón que tengan unas felices fiestas este año,
y que la bendición de nuestro Cristo se haga presente en sus familias,
regándolas de abundancia y experiencias positivas para el año venidero.
Recordar que él siempre nos acompaña y, con él, la esperanza de un mundo más
bonito, el mundo que nosotros decidamos crear.
Abrázanos
con tu divinidad,
Cristo
de la Vera Cruz.
Derrocha
tu amor y humildad,
proyecta
en nosotros tu luz.
¡Felices fiestas!
Artículo con el que colaboro en el programa de fiestas en honor al Cristo de la Vera Cruz patrón de mi querido pueblo, Begíjar.
Señor abrázanos con tu inmensa divinidad.
Ofrenda floral y pregón de las fiestas en honor al Santísimo Cristo de la Vera Cruz.