EL
LIMITE DEL BIEN
Había una vez dos ángeles que
mantenía una reiterada disputa sobre el bien y el mal. El ángel bueno como así
lo conocían, portaba vestimentas de un blanco inmaculado. Su cabello rubio
ensortijado adornaba el sonrojado rostro angelical de una forma naturalmente
bella que, junto con el verde de sus ojos profundos, culminaban la escultura en
la que éste se convertía. Un querubín creado por el mismísimo Miguel Ángel.
El ángel malo, por el
contrario, era de tez morena y pelo color azabache al igual que los ropajes que
portaba, de ojos oscuros tornasolados tan únicos y espectaculares como son las perlas
negras de Tahití. Su mirada intensa y penetrante, hacía enloquecer a todo el
que se atreviera a mirarle fijamente. La voz rasgada junto a una sonrisa
perversa lo convertían en el pecado perfecto para cualquier alma descarriada
que se encontrara a su paso.
- ¡Maldito hijo de satán! Con tus
enrevesadas mentiras, has conseguido llevarte más almas del purgatorio que yo
¡arrepiéntete y toma mi mano! – bramaba descontento mientras su cara enrojecía
por instantes de la furia.
- ¿Yo? Solo sé que no se nada
– contestó con serenidad, mientras peinaba su flequillo sensualmente con los
enormes dedos.
- Míralas, son felices. Almas
desencadenadas de vuestras absurdas normas que solo las hacían vivir en un
mundo de amargura, bien están así. – prosiguió argumentando con la misma calma.
- ¡Arderéis en el eterno
infierno! – maldijo, mientras escupía rabioso a la cara de éste.
El ángel bueno ordenó a todos
sus súbditos que lo siguieran y estos le acompañaron en estricto orden, como
ovejas de un rebaño bien educado.
El bien o el mal se refleja en
cómo tratamos a los demás “querubín”, pues el divino cielo o el incesante
infierno habita en nuestro interior. Lo demás es una estúpida fachada.

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