A veces camino por esa calle,
inmediatamente mi cuerpo se paraliza ante esa majestuosa puerta robusta de madera
color caoba, me detengo frente a ella y puedo casi escuchar los lamentos
escondidos que se encuentran en el interior del número diecisiete de la calle
Puerta. En silencio, la casa arroja una vibración oscura que eriza cada vello
de mi cuerpo, observo atónita las tejas que adornan su fachada imaginando los
secretos escondidos que alberga en su interior. No es una casa cualquiera, pues
esta aloja tras de sí, una historia escalofriante.
Una tabla de ouija en una
noche invernal desató el caos entre un grupo de adolescentes que aburridos
decidieron reunirse en aquel lugar para descubrir secretos del más allá. La
curiosidad a veces puede ser un tanto peligrosa y lo que comenzó con un juego
terminó en noches de terror, voces fantasmagóricas que los perseguían, objetos
que se movían a su alrededor y una serie de hechos inexplicables que terminaron
en tragedia.
Cuentan que los cinco amigos
murieron en circunstancias extrañas y se dice que la casa los atraía hacia el
interior. El primero de ellos se quitó la vida en ese oscuro hueco de escalera
y así seguidamente, la casa llamaba uno por uno a esos cinco chicos que terminaron
perdiendo la razón por completo.
Cuando la noche se asoma y las
farolas de la calle prenden su luz, se pueden observar las sombras escondidas
tras la vieja persiana de madera. En el silencio se escuchan los chirridos de
la antigua escalera de madera que preside la entrada y ese magnetismo al pasar
frente a ella es algo susceptible de percibir para cualquier persona
mínimamente sensible.
La casa embrujada (como así la
llaman) siempre fue una leyenda llena de misterio e incertidumbre, tanto como
el que ella transmite.

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