CENIZAS
EN LA ETERNIDAD
Aquella gélida tarde de
mediados de febrero, el camposanto desprendía sobre los allí presentes una paz
infinita que junto con ese halo de misterio que lo acompañaba, erizaba cada
vello de nuestra piel. Las frías cruces de mármol se alzaban sobre el cielo
emborregado como gigantes vencedores de la dura batalla forjada contra la vida.
Expectantes junto al sepulcro
de varias de nuestras generaciones, observábamos como se retiraban con
paciencia las losas que cubrían uno de los nichos, mientras el aire mezclado
con el polvo en suspensión y nuestros corazones afligidos, convertían el
ambiente en una mezcla algo difícil de respirar.
Tantos recuerdos vividos con
todos los que reposaban serenamente frente a mí vinieron a la mente en esos
interminables minutos… las gachas de chocolate de la tía Pepa en las
tardes de invierno para entrar en calor después de haber sido sorprendidos por
una tormenta que nos calaba hasta los huesos, los sabios consejos del tío
Gonzalo mientras sonreía escondido detrás de su frondoso bigote o ese “nena”
cariñoso del tito Lucas, deambulaban por mis pensamientos. El cúmulo de
emociones entremezcladas que me produjeron, desataron en mí un estallido de lágrimas
contenidas liberando así la presión en el pecho.
Del abuelo, apenas recordaba
las facciones de su rostro, pero mi memoria infantil retuvo por aquel entonces,
la estampa de su figura caminando pesarosa a mi encuentro, apoyada sobre su
inseparable bastón.
“Polvo
sois y en polvo os convertiréis” lo pude confirmar
seguidamente al verle, pues la sensación de vacío que sentí, lo corroboraba de
manera literal.
Suspiré.
Excesivamente paciente y con
su enorme guadaña a cuestas, esta fiel compañera que nos escolta durante
nuestra vida terrenal aguarda el momento exacto para atacar sin misericordia y
es ahí, donde todo lo que empieza termina, inevitablemente.
D.E.P.

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