martes, 5 de noviembre de 2024

 

BAILE DE MARIPOSAS

 

Recuerdo de él pequeños detalles que se entrelazan en mi mente a modo de sueños encadenados, el color de su pelo azafranado al igual que el mío, la mueca de su sonrisa, sus manos entrelazando el esparto cuidadosamente en la puerta de casa mientras el sol de la siesta ruborizaba su rostro o la melodía de su laúd llenando todo el espacio vacío que dejo aquella tarde cuando partió.

Siempre tuve la esperanza de verlo aparecer de nuevo por la puerta para volver a lanzarme a sus brazos mientras me pellizcaba cariñosamente los mofletes o de acurrucarme en su regazo al lado de la hoguera en tanto se calentaba la pegajosa liria y me mecía en sus piernas incesantemente. Desgraciadamente dejé de creer en los milagros cuando fui cumpliendo años, asumiendo esa pérdida tan dolorosa que con apenas ocho años nunca llegué a comprender.

Después de más de cincuenta años cuando bajé del coche y pude contemplar el enorme portón de aquel camposanto medio abandonado, un escalofrío me recorrió de punta a punta. La majestuosidad de su entrada pintada de cal blanca, la capilla a mano derecha y los pasillos repletos de tumbas destrozadas y raídas por el paso de los años provocaron en mi imaginación estar viviendo un inminente dejà vu. Agarrada al brazo de mi hija me detuve a la vez que mi corazón palpitaba a mil por hora. Solo alcance a balbucear un tímido “yo he estado aquí antes con mamá”

El cementerio de San Eufrasio arrojaba una estampa desoladora de lo que es la muerte y el paso de las generaciones tras de ella, algunas lápidas lucían un ramillete de margaritas amarillas como el que compré a la señora que vendía afanadamente en la entrada, pero eran minoría frente al abandono en el que todo a mi alrededor se encontraba.

Caminábamos despacio entre escombros y suelos completamente destruidos hasta llegar al montículo de fosas comunes donde supuestamente se encontraba el número 122 con la certeza de que la investigación de mi hija realizada meses antes, concluía en aquel lugar y ese día uno de noviembre. Como si de un jardín del horror se tratase comencé a divisar las placas oxidadas por el tiempo, algunas caídas, otras rotas, pero con un orden más o menos correlativo.

-Mamá no está su número, mamá no puede ser…- es lo que mi hija repetía una y otra vez.

Las lágrimas del que busca con fe empezaban a hacer aparición en su rostro sonrojado por el duro sol que nos castigaba aquel caluroso día, mientras mi mente recordaba ahora sí claramente, los paseos junto a mamá por aquel lugar y el ramillete de margaritas que le traíamos a mi padre hace ya muchos años cada uno de noviembre.

-Ha sido imposible encontrar el número del abuelo mamá, pero sé que es aquí- me dijo firmemente, mientras su mirada se perdía en el horizonte de aquella montaña de basura.

Dos mariposas blancas revoloteaban a nuestro alrededor mientras clavábamos la cruz de forja que contenía su nombre y apellidos y volvíamos a depositar el humilde ramillete a sus pies cumpliendo con la fiel costumbre que mi madre realizaba cada año en sigilo y a la que yo había asistido alguna que otra vez de muy pequeña. Su dolor le hizo decidir llevarse el secreto de su paradero y de aquel ritual a la tumba, jamás hablo de ello.

Gracias a ese vago recuerdo que conserve en mi mente de niña de que él estaba en Jaén y a mi hija es que volvimos a aquel lugar donde dos mariposas blancas nos esperaban desde siempre, a veces cuando estoy triste vuelven a mí con su revoloteo incesante como compañeras inseparables de los lazos que nos unieron en esta vida terrenal para recordarme que nunca me abandonan.

Siempre he escuchado la frase que muchos repiten para su consuelo “mientras esté vivo en nuestro recuerdo seguirá vivo en nuestros corazones” pero ¿y cuando no haya nadie que nos recuerde? Es por eso la importancia de hablarle a nuestros hijos de sus familiares fallecidos y de nuestras costumbres. Ellos siempre serán esa luz que encendemos cada año en el día de todos los santos y la que iluminará y guiará nuestro camino.

Por muchos años que pasen siempre resonara un triste laúd en mi corazón hasta que algún día vuele junto a vosotros como mariposa en ese baile eterno e incesante.


Para mis abuelos María y Antonio aquellas dos mariposas blancas que me acompañan.


Cementerio de San Eufrasio (Jaén)



sábado, 21 de septiembre de 2024

 EL SECRETO DE LA NOGUERA

Seudónimo: Strelitzia

El enardecido mes de julio llegaba al ecuador de su vida anunciándonos las próximas fiestas de Santiago Apóstol en Begíjar. Mis amigas y yo preparábamos ilusionadas los vestidos que estrenaríamos el día de la víspera y con los que bailaríamos en la verbena hasta que los pies aguantasen (música, huateque y farolillos nos acompañarían en las venideras noches de las fiestas dedicadas al patrón de nuestra querida parroquia).

Los forasteros, como así los llamábamos en el pueblo, comenzaban a llegar desde todos los lugares de la geografía nacional, ya que la emigración en décadas anteriores había dado lugar a que muchos begijeños buscaran nuevos rumbos para sus vidas (trabajo y una estabilidad económica eran las principales causas de estos desplazamientos). En vacaciones la gran mayoría volvían al que era su hogar natal para poder visitar a sus familiares y así disfrutar y compartir con primos, abuelos y tíos de la festividad de Santiago.

Corrían los años setenta cuando cumplí los dieciocho en un hogar donde todos o casi todos teníamos las ideas muy claras de lo que estaba bien y lo que estaba mal. Papá nunca fue una persona permisiva conmigo por ser mujer, al contrario que con mis hermanos varones, en lo que a entradas y salidas respecta, pero mi reciente mayoría de edad me otorgaba seguridad y confianza en mí misma. Quizá en los reiterados intentos de sobrevivir entre hombres tejí esta personalidad. Trabajaba duro en casa y en la huerta familiar de la que nos sustentábamos para intentar suavizar ese carácter añejo de mi progenitor y conseguir un poco más de libertad, eso sí, después de cumplir con todas mis tareas reglamentarias.

Todas las mañanas bien temprano tomaba el camino con la fresca hacía La Bullidera antes de que el calor del verano que atacaba despiadado a ciertas horas de la mañana hiciera su aparición. En este lugar se situaba la huerta que labrábamos y cultivábamos con esmero tanto mi padre como mis hermanos y yo. Cargada con el almuerzo de los hombres de la casa y con un paso tras otro subía contenta hasta aquel lugar maravilloso para mí cada día del año sin excepción.

El nombre del paraje se debe a que por él corría un arroyo de agua fresca que bullía incesante proporcionándole un frescor envidiado hasta por los mismísimos dioses. El agua pura vida que brotaba incesante lo convertía en un lugar fértil y fresquito, sobre todo en los meses estivales. Una casita de piedra donde papá guardaba todos los aperos necesarios para labrar la tierra rodeada de árboles frutales y una noguera centenaria nos deleitaba con su sombra convirtiéndose en el lugar perfecto para tomar una merecida siesta después de un duro día de trabajo. Al lado de ésta, una pequeña alberca donde las ranas amenizaban las noches con su banda sonora. La utilizábamos para recoger el agua del arroyo en los meses de invierno y asegurarnos el sustento del preciado líquido durante todo el año. En definitiva, un auténtico paraíso terrenal en el corazón del olivar jienense.

Aquella siesta mientras recogía los pimientos y calabacines escuché a mi hermano Eduardo decirle a papá que unos amigos suyos vendrían a darse un chapuzón en la alberca y pasar la tarde, pues en verano también la utilizábamos para refrescarnos ya que no existían lo que ahora se conoce como piscinas. La alberca era la opción perfecta. Eduardo tenía tres años menos que yo, pero era un lince para los negocios.

- Papá, después del baño te ayudaremos con los tomates entre todos. El que ayuda nunca estorba- le decía de manera pícara, mientras se apuraba en terminar su tarea para poder disfrutar del ansiado baño junto a sus amigotes.

- A ver si me vais a destrozar el huerto niños- refunfuñaba mi padre entre dientes, no muy convencido de las ideas de mi hermano.

- Yo les echaré un ojo a estos cafres, papá. Te puedes ir tranquilo a descansar- le arremetía mi hermano mayor, Serafín, quien compartía nombre con nuestro progenitor.

- ¡Y tú, Adela, encárgate de los muchachos, que no vayan a liar aquí un desbarajuste, y vamos, que no te cunde!- me rechistaba de malas pulgas.

Él era así de dictador con todos, pero en especial con mamá y conmigo por ser las mujeres de la casa. Lo quise mucho, pero a veces también lo odié con la misma intensidad.

Papá caminaba pesaroso cuesta abajo dejándonos como responsables del negocio familiar cada tarde al caer el sol, mientras mamá lo esperaba en casa con la cena preparada y el chato de vino fresquito sobre la mesa de madera del salón. Así debía de ser, porque si no lo era, este sacaba a relucir su peor versión y os aseguro que no era nada agradable escucharlo gritar a mi madre sin poder hacer nada al respecto.

-¡Buenas tardes tenga usted señor Serafín!- escuché unas voces a lo lejos, mientras mi padre terminaba de poner los puntos sobre las íes a los amigos de mi hermano para que quedase bien claro quien mandaba en aquel sitio.

Los vi aparecer uno a uno por el camino, los de siempre: Antonio, Miguel, Cayetano y Manolo, que era el que habitualmente traía a cuestas la cantimplora refrigerada y llena de paloma para cuando la cosa se ponía a punto (la paloma era una mezcla de anís con agua que preparábamos los jóvenes para acompañar las fiestas). El transistor no podía faltar tampoco en este tipo de huateques pues siempre nos animaba con alguna canción de los Fórmula V.

Mi sorpresa fue cuando al levantar la mirada pude comprobar que otro grupo de chicas que no conocía también se acercaba hacía nosotros (en total unas doce personas). Se iba a liar parda, lo veía venir, y yo para esto era buena visionaria pues me conocía como se las gastaba papá y todo acto que no le cuadrara tendría sus represarías.

- ¡Ade, venacapacá y deja eso que el comandante ya tiene que estar casi llegando a Begíjar!- me gritaba Eduardo eufórico, haciendo esos sonidos típicos que me molestaban tanto, como si estuviese llamando a una bestia.

Solté el cesto con las verduras que había recogido y corrí a la incitante llamada del diablo de mi hermano, porque para mí lo era por ese punto de locura que lo caracterizaba. Siempre admiré su rebeldía pues era el que más quehacer le daba a mi padre, aunque siempre se las ingeniaba para camelárselo.

- Mira, estos son los primos de Tomás, nietos de María La Coneja: María, Toñi, Alicia y Santiago, que han venido de Barcelona. Deja los calabacines que ya los cogeremos ahora después entre todos y ven a probar la paloma. ¡Sácala ya Manolo!- yo me quedé boquiabierta ya que no había visto nunca a Eduardo en esa tesitura y la verdad me daba un poco de miedo, pero accedí, pues estaba ya cansada de lidiar con la verdura y el mal humor de mi padre aquel día.

Serafín prendió el transistor y, tras tomarnos unos chupitos de paloma semicongelada, todos los chicos fueron entrando a la alberca de la forma más bruta y salvaje que yo había visto jamás. ¡Unos energúmenos totales! Aunque no me extrañaba para nada, pues conocía bien a los amigos de Edu. Las chicas, más cautas, fueron entrando poco a poco como si les tuviesen miedo a las bestias.

- ¿No te bañas?- me dijo una voz algo ronca que hizo estremecer mi cuerpo escuchimizado.

- No traigo bañador- es lo que alcancé a responder titubeando, pues ese escalofrío que me hizo temblar aún recorría mi cuerpo de punta a punta.

- Yo tampoco, pero sin bañador el baño es más placentero- me respondió descarado, lanzándome una sonrisa maliciosa desde los ojos negros más bonitos que había contemplado en mi vida.

- ¡Qué dices, idiota!- contesté haciéndome la enfadada por la proposición, aunque en realidad hubiese pagado por ver caer ese pantalón al suelo.

- ¡Al agua señorita!- gritó mientras me cogía por las piernas y me lanzaba a la alberca como si fuese un saco de patatas.

La tarde transcurrió entre risas, bailes y muchos chupitos de paloma sin olvidar la recolección de tomates dirigida por Serafín, quién se encargó de que cada uno cumpliese con el deber estipulado en el contrato verbal de nuestro hermano con padre.

“Quiero verte a solas. Escápate mañana noche de casa. Nos vemos bajo la noguera de La Bullidera.”

Eran las palabras escritas que Tiago (como así lo llamaban todos) metió en el bolsillo de mi delantal, antes de la despedida, aquella noche.

El cielo raso salpicado por millones de estrellas y la brisa de la anochecida mecía mi melena rubia al viento desaforadamente mientras cautelosa saltaba el bardal que separaba la cárcel en la que se había convertido mi casa de la libertad que tanto necesitaba. Os preguntaréis si sentí miedo. Sí, mucho, pero no me detuvo.

Bajo la noguera y hecha un manojo de nervios esperé impaciente a aquel chico moreno de unos diecisiete años que me empujó con su sonrisa encantadora a cometer la locura más descabellada jamás imaginada. El vestido blanco de lunares de colores apenas alcanzaba a tapar mis rodillas, frágiles y temblorosas, mientras mi cabello ensortijado mecido por el viento caía de manera sensual por uno de mis hombros descubiertos. Alguien tapó mis ojos un momento. Me volví a estremecer al sentir el contacto de sus rudas manos sobre mi rostro encendido.

Tiago vestía bermudas negras y camiseta color rojo fuego, tan abrasador como el calor que yo sentía cuando su proximidad me embriagaba del dulce aroma de su cuerpo. Acarició mi barbilla suavemente mientras clavaba sus ojos negros en el azul de los míos envenenándolos de pasión. Apartó el pelo de mi cara sonrojada mientras deslizaba los dedos por mi espalda sin prisa y, sin celeridad, pude sentir el tibio calor de sus labios carnosos sobre los míos. La primera vez que me besaron. Jamás olvidaré todo lo que sucedió aquella noche en la que nos convertimos en uno, él y yo junto a la noguera que fue testigo directo y silencioso de aquel increíble momento.

Pasaron las fiestas de Santiago y todos nos juntábamos en pandilla: mis amigas, los amigos de mi hermano y los nietos de La Coneja. Entre ellos, él, y cada noche la noguera de La Bullidera era testigo de un amor fugaz y pasional de dos chiquillos descubriendo sus sentimientos, su cuerpo y el pecado de hacer lo políticamente incorrecto. Eso era lo que le daba la chispa más disparatada, eso era lo que más disfrutaba, el hacer lo que quería, el ser yo sin tantos prejuicios, horarios y regañinas. Cuando estaba con Tiago era yo y no solo me entregaba en cuerpo a él, sino en alma y corazón dejando todo mi ser al descubierto.

No llegó el final del verano como en la canción de Verano Azul, pero sí terminaba julio sin poder echar marcha atrás en el calendario y con ese final inevitable yo sabía que Tiago y sus hermanas volverían a Barcelona. Es por eso que vivíamos intensamente cada momento que la oscuridad de la noche nos regalaba una vez más, allí en aquel nuestro paraíso particular.

Nunca se me olvidará aquella mañana de septiembre cuando le dije a madre que no me encontraba nada bien y que no iría a la huerta y las voces de papá que llegaban al techo mientras mamá me sujetaba para que no cayera desmayada al suelo.

Don Gregorio, nuestro doctor, confirmó lo que yo sospechaba y no quería asumir.

- La chica está embarazada- suspiró sabiendo lo que eso significaba, mientras acomodaba las gafas en su nariz afilada y limpiaba el sudor perlado que asomaba en su frente.

Solo sé que sentí la bofetada de papá arremetiendo contra mí con toda su rabia y que desperté del segundo mareo del día tumbada en mi cama.

- ¡Es una descarriada como tú!- es lo que alcancé a escuchar porque aún tenía los oídos tamponados por el golpe.

- ¡Cuándo me entere de quien ha sido el sinvergüenza lo mato¡- volvió a gritarle a mi madre fuera de control.

Nunca lo supo ni él ni nadie. Ese secreto iría a la tumba conmigo, lo tenía clarísimo, y como decidí no hablar, lo que viví durante los meses siguientes fue un infierno que quizás yo misma había forjado pero por el que volvería a pasar sin duda alguna.

Papá decidió que me casaría con el hijo de una prima suya de Sabiote antes de que el resultado de mi desliz fuese visible, acabando así con la reputación de toda una familia, y fue de esta manera como contraje matrimonio con Luis en las fiestas del Cristo de la Vera-Cruz acompañados por el castillo de fuegos artificiales y la barriga llena de huesos.

El veinticinco de abril de 1975, después de doce horas de parto, di a luz a un niño precioso de tres kilos y medio al que llamamos Serafín, como su abuelo, y aunque los chismes comenzaron a corretear por el pueblo, Don Gregorio se encargó de divulgar que el nieto primogénito del hortelano de La Bullidera fue sietemesino.

El matrimonio con el primo Luis fue llevadero: él trabajaba codo a codo junto a mis hermanos en La Bullidera y aprendió pronto el oficio, pues papa cayó enfermo a los pocos meses del nacimiento de mi hijo y falleció apenas un tiempo después para mi tranquilidad. ¡Que Dios lo tenga en su santa gloria!

Serafín era el niño más bonito que os podéis imaginar: moreno de tez y de pelo y con esos ojos profundos heredados de su padre. “Un conejito” precioso, como yo lo llamaba cariñosamente. Comprenderéis el sentido de ese apodo amoroso.

Luis quería mucho al niño y con el tiempo también aprendió a quererme a mí como jamás imaginé que pudiese hacerlo. Era muy bueno y atento y se dedicaba a trabajar para que no nos faltase de nada ni a su hijo ni a mí, pues desde el primer momento aceptó a mi criatura como si él hubiese sido el que lo concibió. Nunca hubo preguntas incomodas ni reproches.

En los años que transcurrieron supe de Tiago, pues cada julio su hermana Alicia que volvía al pueblo se encargaba de traerme noticias de él: sus padres lo mandaron a estudiar medicina a Pamplona, ya que era bueno con los libros, y que en los veranos aprovechaba para pasar las vacaciones con una novia que conoció en la facultad de medicina, olvidándose así un poco de su pueblo materno. Más tarde, acabados sus estudios, contrajo matrimonio con esa chica y formó una familia hermosa de la que nació una niña llamada Macarena.

Eduardo desposó a Alicia unos julios después convirtiéndose está a su vez en tía de mi hijo, mejor amiga, confidente y cuñada.

La iglesia de Santiago Apóstol lucía hermosa para recibir el evento nupcial, adornada con lilas de nuestra huerta que inundaban de mi fragancia favorita cada uno de sus rincones. Fue allí mientras mi hermano entraba por la puerta de la mano de mi madre cuando lo volví a ver después de algunos veranos con Macarena en brazos (yo sostenía a Serafín de mi mano fuertemente y fue cuando el corazón me volvió a dar un vuelco).

La fiesta se celebró en La Bullidera. Música y niños por todos lados llenaban el lugar de alegría y algarabía, pues mi hermano Serafín se metió prisa en eso de procrear y ya llevaba cuatro zagales. Mi cuñada era una buena coneja, aunque ésta no era de pura cepa.

Y bajo la noguera que guardaba todos mis secretos más profundos es donde Macarena y Serafín se encontraron casualmente y también donde nos volvimos a ver Tiago y yo frente a frente.

- Adela tienes un niño precioso- me dijo, clavándome fijamente la mirada.

- Quiero verte a solas, escápate mañana noche de casa, nos vemos bajo la noguera de La Bullidera, es importante- le susurre al oído mientras me alejaba de él.

Y allí volvíamos a estar más maduros, con el paso del tiempo sobre nuestros cuerpos: él, un exitoso médico, y yo, una mujer infeliz jugando a ser fuerte, bajo la noguera, en una noche estrellada de julio. La carne volvió a ser débil y confesé mi gran secreto a mi gran amor. Esa noche fue la que dio comienzo a otras y otra vez se repitió la misma historia.

- Volveremos a vernos cuando la vida nos pueda juntar de nuevo, tesoro. Cuídate- le susurraba al despedirnos.

Y así, cada julio, nos encontrábamos en el mismo sitio y con las mismas ganas del primer día, aun sabiendo que los dos arderíamos en el más grande de los infiernos.

Mi querido Luis falleció en un desgraciado accidente cuando nuestro hijo contaba con veinte años de edad. Y digo querido porque lo quise más que a mi vida, pues siempre fue el pilar de nuestra familia, compañero en las buenas y en las malas, a pesar de todo. Contar con el apoyo de mi hijo y con el cariño de mis hermanos y cuñadas en aquellos momentos tan dolorosos fue como un rayo de luz que estalla en la oscuridad, pues la partida de mi marido me dejó días tristes de tremenda soledad.

Tiago me mostró sus condolencias para con Luis mediante carta, pues desde el día en que le confesé que Serafín era su hijo siempre se preocupó porque no le faltase de nada, y gracias a su ayuda económica nuestro hijo cursó la carrera de profesor en la Universidad de Jaén cumpliendo su sueño de enseñar a los demás, pues desde niño tuvo esa vocación.

Unos años después, María Elena, que así se llamaba la esposa de Tiago decidió pasar los últimos meses de vida en Begíjar, pues decía que le encantaba el embrujo de nuestro pueblo y el aire de la huerta le sentaba fenomenal para la afección respiratoria que padecía desde jovencita. Tiago nunca se perdonó no poder hacer nada más por ella, cuando falleció tristemente de una neumonía irreversible.

Entonces fue cuando Tiago decidió pedir traslado al hospital de Jaén y vivir los años que le quedaran de vida en el pueblo, cuidando de ella y junto a mí (no sé si el amor de su vida, pero sí su locura y la que intentaba sacarle siempre una sonrisa, aunque ella misma estuviese rota por dentro).

Macarena y Serafín estuvieron encantados con la noticia de nuestra unión al enviudar, al igual que mi cuñada Alicia, a la que siempre consideré demasiado astuta ya que sospecho que siempre intuyó que mi niño era en realidad su sobrino carnal, aunque nunca me lo dijera por respeto o vergüenza.

Y esta es la historia de mi compleja vida. ¿Pero acaso alguien dijo que ésta sería fácil? Con los años y los daños aprendí a cultivar la paciencia y a encontrar la felicidad en la sonrisa de mi hijo y en el beso amoroso que Luis me regalaba cada noche. Comprendí que la vida son momentos tan fugaces que hay que aprovecharlos, pues siempre no se puede tener lo que se desea. Pero, ¿por qué no ser feliz, aunque sea por momentos? Pienso que todo lo que está hecho desde el amor verdadero está bien hecho.

Los obstáculos, las tristezas enmascaradas de alegrías, las traiciones que solo la noguera de La Bullidera conocía hasta este momento solo fueron el camino que tuve que recorrer con esperanza y fe de que todo lo que tiene que ser algún día sería y así fue y así lo he contado.

Ahora entiendo que todo pasó por algo. Ahora encontré lo que siempre fue para mí. Ahora mi secreto es vuestro y no morirá conmigo.

FIN



III Certamen Literario en Begíjar




En un ambiente mágico
Plaza de la Constitución




Segundo premio III Certamen Literario Patrocinio Biedma






Llegó el momento de desvelar "El secreto"



Participantes y jurado
Foto grupal






Acompañada siempre, por los que más quiero 











jueves, 19 de septiembre de 2024

 

PLEGARIA AL CRISTO DE LA VERA-CRUZ

 

Queridos vecinos:

Otro septiembre más nuestro pueblo se viste de gala para venerar al Santísimo Cristo de la Vera-Cruz, su Patrón. Desde ese pedacito de cielo que es ahora su restaurado camarín construido con amor y devoción, el rey de Begíjar cuida durante todo el año de sus queridos hijos derramando paz y esperanza sobre ellos como buen padre.

Lo visito a menudo y me detengo ante su rostro divino, y es al contemplar su cuerpo en la cruz sacrificado por nosotros y la salvación de nuestras almas cuando esa fe que, a veces por circunstancias de la vida se tambalea, se convierte de manera inmediata en un lazo fuerte que vuelve a unirnos como hija y padre.

Septiembre es el mes de los nuevos comienzos. Así que cuando llega el día veinticinco y nuestro Señor es portado con fervor por las calles de Begíjar, le pido que todo lo malo se aleje de mí y que la nueva etapa que comienza en ese momento esté plagada de buenos momentos y enseñanzas que saquen a relucir mi mejor versión.

Dicho esto, analizo profundamente cual es el verdadero significado de esta tradición de celebrar las fiestas y llego a la firme conclusión de que el plan divino es la unión de todos los vecinos en esta víspera, dejar los rencores y diferencias a un lado para aprender unos de los otros como hermanos que se aman y se necesitan en ciertos momentos de la vida. ¿Acaso no lo hacemos con nuestros hermanos de sangre? Pues hacerlo con nuestro prójimo es el objetivo a cumplir.

Hagamos todos en estos días tan importantes para nosotros un autoanálisis minucioso y saquemos nuestras propias conclusiones, pues el Padre nos conducirá por el camino correcto para realizarlo con éxito. Celebremos la amistad, el perdón, la esperanza y la fe, y reflexionemos sobre que podemos cambiar para avanzar desde el amor y la compasión por el otro en este complicado sendero en el que a veces se convierte vivir.

A todos mis vecinos, les deseo salud para que puedan disfrutar de muchos más septiembres mágicos junto a nuestro Patrón y que las campanas de nuestra parroquia de Santiago Apóstol repiquen en sus vidas cada día del año para llenarlas de momentos maravillosos.

Señor, vela por todos los begijeños cada día del año, especialmente por los más desamparados. Desde tu humilde morada proporciónales ese aliento y esa fuerza que tanto requieren para su alivio y arrópalos con el abrazo de la esperanza.

Ésta es mi humilde plegaria:

 

Llénanos, Señor mío, el corazón de alegría

y que tu rostro sea la luz que cada día nos guía.

Tú, que moriste en la cruz por todos tus hijos queridos,

ayúdanos a caminar cuando nos encontremos perdidos.

Bendito seas por siempre.

 

Felices fiestas del Santísimo Cristo de la Vera-Cruz.

 


Colaboración en el programa de fiestas del Cristo de la Vera Cruz.
Begíjar 2024


miércoles, 18 de septiembre de 2024

 

POKER DE ASES

 

El húmedo aroma a petricor que la tarde me regalaba, embriagaba con su mágico olor cada rincón de la ciudad anunciando la tormenta que se avecinaba. El cielo se tornaba con una mezcla oscura y a la vez encendida pintando sobre este, un atardecer algo peculiar.

Mientras caminaba embelesándome de estas sensaciones, mis pensamientos revoloteaban como mariposas agitadas sacudiendo sus alas en mi mente hasta envolverme por completo en un haz de luz inquietante.

Me deje caer en uno de los bancos de forja a mi paso, permitiendo que este recorriera con su gélida fiebre particular cada uno de los rincones de mi cuerpo fatigado, de mi alma rota. Mis manos temblorosas agarraban a duras penas la botella medio llena que me acompañaba mientras sus movimientos involuntarios mecían el contenido en círculos infinitos que mi mirada fijaba.

Cerré los ojos, la brisa se convertía poco a poco en ventoleras de aire cada vez más fuertes y las gotas ya rodaban entrelazadas helando mi rostro arrebolado.

-Tranquila la tormenta llega, pero pronto pasará- me repetía una dulce voz desde lo más profundo de mi ser.

La partida de póker llegaba a su final, mientras abría la botella cada una de las mariposas que habían crecido en mi corazón escapaban presurosas de mi interior muriendo inevitablemente en el duro intento de alzar el vuelo en tierra mojada, las ahogue.

Al igual que suicidé a esas mariposas que nacieron producto de todo el amor de mi corazón, intenté fallidamente matar cada uno de mis sentimientos más puros mientras el agua mezclada con el salitre de las lágrimas derramadas intentaba purificarme.

Comprendí entonces que en aquella partida yo solo fui el comodín, la opción perfecta en algunas ocasiones, ese que se utiliza para ganar algunas manos y se descarta cuando no es necesario si conseguimos alcanzar el ansiado póker de ases. La reina de corazones que pisó fuerte en tiempos pasados fue reducida a cenizas, fulminada sin piedad.

Dos copas brindaban en la noche, medio llenas de celos, medio llena de miedos, medio llenas de mentiras, medio llenas de falsa felicidad. Sobre la mesa pude observar con tristeza un full inacabado, un caballo roto y una reina postiza intentando mantener su posición sobre el tapete de juego aun sabiendo a ciencia cierta, que nunca conseguirán hacer una buena mano.

Terminó la tormenta y con ella comenzó una nueva y dolorosa partida a la que habrá que ponerle valor y ganas. Este es el juego de la vida, no gana el que se va si no el que olvida.





 

 

 

 

 

jueves, 16 de mayo de 2024

 

MÁGICO MAGNETISMO

 

 “Cántame una canción de una chica que se ha ido. Dime, ¿podría ser yo esa chica?”

La brisa fresca de la mañana recorre suavemente cada centímetro de mi piel mientras alborota mi cabello indomable y me susurra al oído la dulce melodía de unas gaitas lejanas que se desvanecen poco a poco.

Descalzó mis cansados pies y empiezo a caminar despacio sobre la hierba humedecida hacia el punto más alto de aquel misterioso cerro atraída por una sutil música que el viento mece misteriosamente. La torre de la catedral asoma tímidamente de entre el mágico montículo, arropada por un cielo repleto de nubes parecidas al algodón. Levanto mi vista al infinito y puedo disfrutar de ese grandioso espectáculo que la naturaleza me ofrece y que me convierte por momentos, en una criatura pequeña e indefensa.

Cierro los ojos y puedo sentir unas manos suaves que aun recorren mi cuello, el olor de un perfume y el sonido de una voz que envuelve mis sentidos ¿cariño sigues ahí? pregunto sin encontrar respuesta.

Cada noche en nuestros sueños cabalgamos juntos entre una oleada de montañas, sol y lluvia, pero al amanecer todo lo que es bueno, todo lo que es justo, todo lo que me hace ser yo, se ha ido.

Siempre se despide de mí clavándome su deliciosa mirada y embriagándome de una extraña sensación de paz infinita y es cuando entiendo que, a partir de ahí, solo queda esperar al siguiente crepúsculo para volver a soñarlo y es en ese momento cuando el más bonito amanecer me sorprende lleno de tristeza.

Y es que a veces, las realidades dictan mucho de las fantasías, pero yo cada noche vuelvo a ese punto donde nos encontramos para abrazarnos y querernos sin límites, aunque sea por un corto espacio de tiempo, y es ahí, cuando empiezo a sentir como su cuerpo y el mío se fusionan en una delicada armonía, convirtiéndonos en un solo ser, en una sola alma que baila al unísono la más maravillosa de las danzas.

Cántame una canción y dime ¿podría ser yo esa chica? ¿o quizá ese mágico magnetismo es solo producto de un malentendido? ¿podrías ser tú ese chico que no se desvanece con el alba?

Hasta el siguiente sueño donde ese magnetismo nos vuelva a unir, tesoro.



Cerro del Alcázar Baeza, 16 de mayo de 2024


Reto en el que participo para el grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas. 
Tema de la semana #malentendido


Banda sonora de la serie Outlander que hay que escuchar para leer este escrito



domingo, 17 de marzo de 2024

 

ALEJANDRO

 

 

A la nana nanita mi niño duerme,

angelitos celestes me lo protegen.

 

Luceritos del alba son dos estrellas,

tus ojitos hermosos que en mi destellan.

 

Es tu hermoso rostro angelical,

una perla preciosa que cultivar.

 

Jubilosa contemplo esa dulzura,

que desprendes tan solo con tu ternura.

 

A la nana nanita mi bebé feliz,

en tus sueños regalas un sonreír.

 

Niño bonito descansa tranquilo,

que yo mientras duermes tu sueño vigilo.

 

Duerme bebito entre mis brazos,

que los corazones laten acompasados.

 

Remanso de paz es tu dulce aroma,

que la ternura divina en mi aflora.

 

Ojalá mi angelito por siempre jamás,

tu sonrisa alumbre mi caminar.



Acróstico para ALEJANDRO
Bienvenido al mundo bebé


 

viernes, 15 de marzo de 2024

 

COMPAÑEROS DE TOXICIDAD

 Frase de la semana #ymevinolavergüenza

 

Había una vez en cierto lugar una tímida niña de ojos color caramelo llamada vergüenza. Siempre caminaba por la vida intentando pasar desapercibida, no le gustaba llamar la atención. Confiada y complaciente con los demás, esta pequeña creció convencida de que en ciertas situaciones debía de acallar sus sentimientos y opiniones, quizá por miedo al qué dirán.

Casi a su vez en otro plano diferente, vivía un pequeño de ojos color esmeralda llamado miedo. Un niño que maduró dejando de hacer cosas que le apasionaban por la vergüenza de verse señalado por las personas de su entorno. Miedo disimulaba y enmascaraba incesantemente sus temores con el bien hacer de sus actos. Era el hijo perfecto que todo padre desearía tener en la vida.

Cierto día el destino quiso que los caminos de miedo y vergüenza se cruzaran en un punto concreto ¿coincidencia? Yo no lo llamaría así, al igual que los planetas que orbitan en el espacio y se encuentran, estos dos se sintieron atraídos por una extraña gravedad que los atrapó.

Aunque se hicieron buenos amigos, ella siempre calló por vergüenza y el nunca actuó por miedo y fue por esos dos motivos, que siempre van unidos de la mano, que terminaron separándose para siempre de la más ruin de las maneras. Un cataclismo que fue precedido por un largo periodo de calma y reflexión.

¿Pensaréis que os estoy contando una historia triste verdad? En cierto modo lo fue por un tiempo.

El miedo y la vergüenza compañeros de las creencias arrastradas a lo largo de nuestras vidas, pueden llegar a ser un arma de destrucción letal para alcanzar la tan ansiada felicidad. Cambiar patrones conductuales, salir de la zona de confort a la que estamos acostumbrados a veces resulta difícil pero no imposible. El miedo y la vergüenza y aquella coincidencia no casual acarreaban tras de sí un aprendizaje y un cambio de vida importantísimo.

Vergüenza a aprendido a expresar sin miedo todo lo que siente a pesar de que los demás no la comprendan o la tachen de loca, ella es feliz así. Confiada y complaciente con ella misma camina por la vida intentando ver la luz a pesar de la oscuridad y el qué dirán es algo que ya no le importa. Segura de sí, nunca más antepondrá el miedo a su felicidad y la vergüenza a la que muchos estaban acostumbrados, hace tiempo que la soltó poco a poco por el camino.

Ahora todos la conocen con el nombre de LIBERTAD.







martes, 5 de marzo de 2024

 

LA IGNORANCIA ES ATREVIDA

 

Conocí a Tizón una cálida noche de primavera en las reuniones gatunas que manteníamos a la luz de la luna los mininos callejeros y domésticos del barrio. Recuerdo sus inmensos ojos negros, con ese brillo de sal cuan mejillones chisporroteantes. Eran los más bonitos que jamás había visto, la combinación perfecta junto a su exquisito pelaje color gris marengo.

De carácter fuerte, era sin lugar a dudas, el principal defensor de la colonia ante el ataque de cualquier animal viviente que perturbase la paz de la comunidad, pues aquella zona era la nuestra y aunque algunos comíamos albóndigas en lata junto a una mantita caliente todos los días, nuestro instinto felino nos empujaba a revolver los contenedores en busca de algún manjar desconocido cada noche.

Desde siempre me pareció que Tizón escondía algún secreto detrás de esos ojos sombríos, a veces sus andares pesarosos o sus muecas al maullar, denotaban tristeza en esta su segunda vida, pues en la primera nos contó que fue un gato europeo que acompañaba a los piratas como polizón en sus viajes, de ahí quizá, su espíritu aventurero, desenfadado y luchador.

Acabamos siendo buenos amigos y lo pasábamos fenomenal cazando ratones al atardecer, por puro vicio, pues al atraparlos siempre le perdonábamos la vida como buenos gatos domésticos que jugaban a ser callejeros. Era la mejor forma de desconectar de nuestra aburrida rutina.

Pasaron los meses y así entre risas y juegos de escondite, pude sacar a relucir esa alegría que parecía algo perdida en él. Sonreíamos y maullábamos con todas nuestras fuerzas mientras saltábamos como camicaces de tejado en tejado o de balcón en balcón alborotando las macetas del vecindario para escarbarlas. Hacía varias vidas que necesitaba un compañero así de disparatado para poder liberarme de esa etiqueta de gatita buena que me acompañaba siempre.

Un día mi gran amigo tizón no apareció a la hora acordada, habíamos quedado para investigar el contenido de las cajas de la pescadería del barrio contiguo y me pareció muy extraño, él nunca me abandonaba en nuestras andadas. Esperé impaciente y algo molesta su llegada por más de dos horas y cuando ya había decidido volver a casa lo vi.

- ¡Que te paso! - Maúlle expectante, mientras restregaba mi cabecita contra su lomo.

- No preguntes nada Katrina- solo ayúdame a lamer estas heridas, pues las del corazón me las curas cada día con tu compañía, hoy necesito solo eso.

Lamí sus heridas una por una sin hacer preguntas, observando cómo sus ojos oscuros se tornaban más sombríos que nunca invadidos por una enorme tristeza que me hizo estremecer y poner en punta todo mi hermoso pelaje blanco.

Aquella tarde a la anochecida, no volví a casa, Tizón y yo dormimos acurrucados cerca de los resquicios de una hoguera improvisada en mitad de la nada, en un rincón oscuro.  En esa fría noche estrellada, pude escuchar como su alma lloraba en absoluto silencio al unísono de su ronronear aquejado.

Siempre ignoré que ocurrió aquella tarde de tantas que le sucedieron, pues a veces vuelve a mi herido y mi respuesta sigue siendo la misma, siempre le brindo mi calor y amistad, un lametón de cariño y algún que otro zarpazo de uñas suaves para su tranquilidad.

Y es que el amor incondicional hacia cualquier forma de ser vivo, el dar sin esperar recibir nada a cambio, es lo más bonito que podemos ofrecer a los demás e inunda nuestras almas de paz y tranquilidad. Aunque el mal nos aceche, el bien siempre tendrá un mejor plan para salvarnos y ofrecernos una salida alternativa que nos haga un poquito más felices.

Pienso que la ignorancia es atrevida, es por eso los prejuicios que a veces se perpetran y sus devastadoras consecuencias y he ahí, donde se comenten las mayores injusticias justificadas, disfrazadas de grandes y tajantes verdades.

Aceptar a todos tal y como son, es mi absoluta e inamovible decisión dentro de la colonia, pero también lo es alejarme cuando mi instinto gatuno me advierte del inminente peligro.

Ya cae el sol detrás del horizonte y Tizón me espera para una nueva aventura, a veces le digo que es un auténtico loco y que algún día moriremos en el intento y él me responde con una sonrisa perversa mientras levanta al cielo sus bigotes engalanados:

-Entonces habrá valido la pena vivir, seguro que nos encontraremos en la siguiente vida, tesoro – 

-¡A sus órdenes mi capitán! contesto chistosa.

Ahí vamos a por otra nueva hazaña, sin miedo a fracasar en el intento ya que no importa las veces que caigamos si no las que nos levantemos. El eco de nuestros maullidos se pueden escuchar lejanos en el silencio de la noche.




viernes, 23 de febrero de 2024

 

LOS TRENES DE LA VIDA

 

A través de la ventana de aquel mágico tren de los sueños partí del lugar donde había vivido años realmente felices, atraída por el mágico hechizo que me producía aquella aventura incierta, sin destino concreto. La figura de la pequeña casita a la que llamaba hogar emplazada en la verde pradera, se alejaba lentamente de mi campo de visión y con ella toda una vida que se quedaba atrás.

El tren pasó por mi puerta aquella tarde cálida de septiembre y yo decidí emprender ese viaje a bordo de aquel vagón movida por la curiosidad y mis innatas ganas de asumir riesgos ¿y si este era el mío? ¿y si esta era mi gran oportunidad?  Hay trenes que solo pasan una vez en la vida ¿por qué no tomarlo? Esta vez estaba decidida.

En ese fascinante recorrido por intentar tocar el cielo con las manos, viví momentos de auténtica locura e instantes inolvidables, pero también sufrí el desasosiego, la angustia y el vacío a unos niveles que jamás había experimentado anteriormente.

Aun así, me aferré bien fuerte a aquella descabellada aventura, como si de una montaña rusa se tratase, mientras esta, se iba transformando sin darme cuenta, en un infierno que me lastimaba sin apenas darme cuenta.

Después de meses de vaivenes, el tren se detuvo en seco en la llamada “última estación” donde fui lanzada en plena marcha y sin precedentes al fondo de un agujero oscuro que se convirtió en mi solitario hogar durante mucho tiempo.

Los días transcurrían lentos en aquel desapacible rincón donde pasaba la mayor parte del tiempo escondida del mundo mientras la pena me ahogaba y fue uno de esos días en los que contaba los minutos para que todo terminase cuando lo escuche resonar en mi mente. Era el sonido de un tren que me anunciaba su presencia con un fuerte pitido animándome a subir.

Casi sin aliento decidí hacerlo, pues de alguna manera tome de las pocas fuerzas que me quedaban y cogí ese impulso que me faltaba para asomar la cabeza por encima de aquel pozo que poco a poco llene amargamente con mis lágrimas, hasta llegar a la superficie y alcanzar a ver la ansiada luz. Allí estaba él esperándome.

- ¡Sube rápido no hay tiempo que perder! - me ordenó el conductor sonriente. Se llamaba Julio.

-Yo te guiaré en el camino, ¿o acaso tienes otra idea mejor? Me preguntó con voz serena. Asentí cabizbaja.

Durante el camino de vuelta a casa Julio fue mi compañero, mi pañuelo para llorar, dos oídos para escuchar y un hombro donde apoyarme, él fue el aliento que me faltaba, la inspiración, el coraje.

Ese tren que pasó por mi devastada vida aquel día donde todo barruntaba un trágico final, no era más que el de la esperanza, el amor y la fe con el propósito de hacerme entender que merecía la pena seguir luchando por los sueños y que todo era cuestión de volver a intentarlo y ver las cosas desde otra perspectiva.

Ahora soy conocedora de que los trenes de la vida pasan a menudo por nuestra puerta, ahora sé, que tome el tren que decida tomar nunca debo de perder de vista lo que Julio me enseño en ese trayecto, que es quererme y creer en mí y en mis sueños y llevar siempre la ilusión por bandera.

Porque la vida es así de simple, y se trata de vivir aventuras, de arriesgar para ganar y aunque a veces perdamos en el intento, la alegría de vivir es algo que nunca debemos de dejar atrás incluso si alguna vez acabamos en la parada equivocada, pues otro tren nos estará esperando y traerá consigo un aprendizaje o lección importante para nosotros.

¡Pasajeros al tren!




Para Julio con cariño.


jueves, 25 de enero de 2024

 

EL CAFÉ DE LAS CINCO EN PUNTO

 

- ¡Vamos que llegamos tarde! - me reprochaba la abuela María frunciendo su rostro que denotaba claras evidencias de molestia.

Con la impaciencia innata que la caracterizaba, agarraba delicadamente mi diminuto brazo de niña de seis años y sus manos huesudas me conducían apresuradamente por la empinada calle de Palacio, mientras el sol tímido de la sobremesa, emitía esos suaves rayos tan agradables y reconfortantes aquella tarde cualquiera de un frío mes de enero. Para mis aún cortas piernas la gran cuesta se convertía en una montaña enorme que debía de escalar apresuradamente al paso de mi mamá vieja (como cariñosamente la llamaba), pues el reloj estaba próximo a marcar las cinco de la tarde.

Cuando por fin alcanzábamos la cumbre, nos esperaba la casa de la tía Cándida, presidida por un enorme escalón de hormigón enlucido de manera basta, donde inmediatamente me sentaba a descansar después de la carrera de fondo a la que era sometida.

- ¡Quilla! - voceaba la abuela a su hermana desde el portal.

Yo siempre me esperaba en el escalón mientras fijaba la vista en el final del camino del Amor Hermoso e imaginaba historias de duendes y animalillos que lo habitaban. Digamos que mientras recuperaba el aliento, dejaba volar esa imaginación de la que siempre fui poseedora.

El aroma del café recién hecho, me despertaba sobresaltada de mis ensoñaciones de chiquilla haciéndome atravesar el corredor de casa de la tita apresuradamente, ya eran las cinco.

La antigua cafetera italiana desgastada por los usos humeaba sobre el fogón de la pequeña cocina, mientras las dos hermanas charlaban animadamente en la mesa de camilla y rescoldaban el brasero de ascuas encendidas que las acompañaba en su tertulia. En tanto el café se enfriaba, yo jugaba afanadamente con mi pequeña muñeca de tarta de fresa, aún si cierro los ojos puedo percibir su aroma a frutos rojos e imaginar que la abrazo fuertemente como en esos momentos.

-Échale un poco a la chiquilla, pero rebájalo con agua María, que si no se pone nerviosa- decía la tita, mientas la abuela servía el ansiado líquido en vasitos de cuarto con color caramelo.

- ¡Que hermosa estas! - me decía cariñosamente pellizcándome los mofletes con énfasis.

Yo nunca me enteraba bien de las conversaciones que allí se mantenían, pues mi aun escasa mentalidad de aquel entonces, no me permitía entender con claridad ciertas cuestiones de adultos que se trataban en las periódicas reuniones matutinas.

No todo eran risas, a veces también había desacuerdos. Lo intuía por el tono de voz de ambas, que cambiaba de forma inesperada, aunque no tardaba en volver a la normalidad en poco rato. Supongo que después de confrontar sus distintas opiniones, llegaban a un acuerdo de paz consensuado.

Tras una taza o dos de café, según la charla se pusiera de intensa, acabábamos el ritual despidiéndonos en el mismo escalón donde este comenzaba.

-Toma unas galletas para el camino y un poco de chocolate- me decía la tita cariñosamente mientras se despedía de mí con dos besos apretados.

Tengo que confesar que cada tarde esperaba impaciente a que me ofreciese tan ansiados manjares pues tras su despedida cariñosa, el camino cuesta abajo de la calle, se hacía mucho más divertido dándole fin a aquellas galletas maría hojaldradas a su término. (el chocolate siempre lo guardaba para el final)

Curiosamente, hoy a las cinco de la tarde, las campanas de la iglesia tañeron fúnebres a la hora de la cita. El sol igual de tímido y la luz suave, me hicieron recordar esas animadas tertulias que compartí con ellas, las galletas, el chocolate, los gestos de cariño y las risas. Hoy la cafetera humearía al igual que en esos años a la hora acordada, para celebrar el ansiado reencuentro de dos almas que siempre seguirán vivas en un lugar especial de nuestros corazones.

Cada tarde a las cinco en punto.

















Cada tarde a las cinco en punto.