Hace tiempo, por casualidad,
conocí a una persona de la que aprendí una gran lección por lo que quería
compartir con vosotros algo que me enseño y que pienso, mucha gente tiene olvidado.
En este mundo cada persona elige
su forma de vivir y de ser feliz aunque mucha gente no tiene esa suerte de
elegir y simplemente vive lo que le toca, ayer por ejemplo observaba como tres
indigentes sentados en el suelo comían presurosos unos víveres enlatados con
las manos, en plena calle. El frío de enero es muy duro aquí en Baeza y si yo
tenía frío con cuatro mangas y después de salir del brasero de casa, imaginaos ellos. Allí tenían también unos
sofás tapados con cartones supongo que
para poder pasar la noche a duras penas, la noche, ¡no me la quiero ni imaginar!
A esos indigentes les toco vivir su vida así, pero… ¿son infelices por ello?
Quizá estarían mejor bajo un techo, con agua y comida caliente y una cama donde
descansar pero… ¿serían felices?
Cuando conocí a Diego y empezamos
a conversar, jamás pensé que esa charla
iba a ser tan fructífera, comenzamos hablando
de la vida, los hijos, el trabajo… y claro, como el trabajo y la crisis es el
tema que nos preocupa a todos en este momento, por ahí encaminamos nuestra conversación. Como
muchos españoles de a pie, yo empecé a lamentarme de la situación que nos ha tocado vivir, poco
trabajo, poco dinero, pocas cosas para poder disfrutar el momento con el dinero
que poseía… él esbozo una sonrisa y me dijo sereno: no puedes quejarte tienes
todo cuanto yo podría desear, un compañero ejemplar, unos hijos divinos, un
techo donde vivir, y unas vistas maravillosas desde tu terraza donde puedes
contemplar cada día las montañas, el cielo, las nubes y los pájaros, me quede
en shock por un momento, tenía razón me estaba lamentando por gusto, quería más
de lo que tenía y lo peor de todo, no era feliz aun teniéndolo todo salud, amor
y dinero para subsistir, necesitaba más para vivir mejor, pero no necesitaba
más para ser dichosa.
Donde yo vivo no puedo elegir a qué
hora acostarme o levantarme, no veo las montañas, ni las nubes, tan solo un cachito de cielo, el que me permiten los
muros que me rodean, allí la comida no es muy buena y las horas son muy largas
en medio de tanta soledad, me distraigo con los libros, estoy privado de
libertad y esa carencia, me ha hecho ver
las vida de otra manera, ¿sabes lo que es para mí comerme un plato de cocido
con mi familia? Es lo más maravilloso que me puede regalar la vida, y pasear
por el campo es una sensación única que me hace sentir extraordinario. Os tengo
que confesar que en ese momento quería que me tragara la tierra, desde pequeña
me han contado la fabula del pescador y el pez de oro y en ese momento yo era “la mujer del pescador”.
Un día recibí un regalo de Diego
era un árbol que el mismo hacía en esas horas que me contaba pasaban tan
muertas para él entre cuatro paredes, lo bautice como “el árbol de la felicidad”
y si algún día me siento “mujer del
pescador”, lo observo, y rápidamente me asomo a mi terraza y miro el cielo y las
montañas, abro la ventana, respiro el aire puro y doy gracias por todo lo que
poseo en la vida, tanto material como
personal.
Con esta historia real solo
quería deciros amigos, que seáis felices
con lo que poseéis, que valoréis el día a día y que el dinero aunque ayuda no
da realmente la felicidad, que esa dicha la podemos encontrar simplemente mirando a
nuestro alrededor, yo en mi caso la encuentro mirando al árbol que un día me
regalo un buen amigo y recordando esta historia.
MORALEJA
“La vida es un regalo
Para vivir y disfrutar
Se feliz con lo que tienes
No ansíes poseer más”


















