Y nada mas existió hasta el
próximo tren. El frio atravesaba con
dureza aquellas ropas desgarradas y tan solo
se cubría el rostro con una boina descolorida por el tiempo. Por sus
ojos cristalinos brotaban lagrimas de soledad, la gente le miraba como a un ser extraño
incluso algunos le pisaban al pasar. Se arropaba con unos cartones empapados
por la lluvia y su mano envejecida por los años, custrida por los duros
inviernos, se extendía hacia aquel mundo
pidiendo a gritos un poco de caridad humana, esa que a tantas personas les falta hoy en día, de repente una pequeña
moneda callo a sus pies.

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