Por fin quietas, en silencio,
llenas de misterio… las calles habían quedado solitarias, entre la niebla las
farolas arrojaban una luz difuminada y el viento ululaba junto a las paredes de
aquellas casonas centenarias. En ese escenario tan frío como bello, caminábamos
despacio disfrutando poquito a poco de toda la belleza que ese pueblo escondía
y que me llenaba de una paz absoluta. Es mejor de lo que nos contaron, le dije, mientras contemplábamos con asombro
la catedral, que como si por ella no
hubieran pasado los años se alzaba majestuosa en la noche, es espectacular, y él se quedó sin palabras.

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