Y no intentes escabullirte que no te va a servir de nada, repetía
sin cesar una voz dentro de mi corazón. Marchare
a un lugar lejano, donde mis pupilas no puedan vislumbrar su silueta ni
siquiera en sueños, allí donde no quede ni el más mínimo recuerdo del perfume
de su piel, viviré sin el regalo de su sonrisa cada mañana, contestaba mi mente.
Lo vi por última vez aquella tarde de otoño, fue una despedida tan frágil como triste, tan
solo el sonido de dos besos áridos rompieron el silencio ensordecedor de aquel
momento, en ese instante se derrumbaron todos los castillos que había
construido en mi cabeza. Jamás podría olvidarlo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario