Antes de que vuelva papá Lucía prepara
su cama, sacude las humildes sábanas con cariño y coloca un ramillete de
jaramagos en su mesilla de noche, luego asea a su hermana pequeña y procura que
Antonio de apenas cuatro años también lo haga. Los tres niños esperan impacientes
junto a la hoguera de aquella fría cueva tan ansiada llegada, aunque el sol ya
ha caído y no hay noticias. La tía Isabel llega muy apresurada, –vamos hijos
míos, vuestro padre a muerto-. En sus semblantes de pequeños inocentes una
mezcla de tristeza y soledad quedó marcada para siempre.

En este caso el concurso me regalaba una frase espectacular para poder relatar en tan solo 100 palabras lo que mi madre sintió el día que murió mi abuelo, algo un poco incomprensible para una niña de ocho años a la que se le quedó la tristeza de ese momento marcada en el corazón para siempre.
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